“Me invitó a su habitación a tomar una copa. Subimos. Es difícil decirle que no a alguien tan poderoso. Todas las chicas le tienen miedo. Pronto su ayudante se fue y nos dejó solos. Ese es el momento en que empezó a perder el control. Estábamos en el sofá cuando, de repente, saltó sobre mí y me intentó besar. Tuve que defenderme. Es grande y gordo, así que tuve que usar la fuerza para resistirme. Me marché de su habitación, disgustada”.

Con estas palabras denunciaba en una carta la actriz Léa Seydoux el acoso que sufrió por parte del productor de Hollywood Harvey Weinstein. No es la única. Primero fue la actriz Ashley Judd en el New York Times, y a ella se sumaron días más tarde otros trece casos de abuso, entre los que se encontraba Mira Sorvino y Asia Argento.

A continuación, algunas de las caras más conocidas de Hollywood como Angelina Jolie o Gwyneth Paltrow evidenciaban lo que durante años había sucedido en una industria de cine poderosa y dominada por hombres: Harvey Weinstein citaba a jóvenes actrices a su habitación de hotel por asuntos de trabajo y les saludaba desnudo, les pedía un masaje o les invitaba a verle duchándose.

El perro y la rabia

Acción, reacción: pronto han llegado las represalias por el escándalo, el consejo de administración de The Weinstein Company ha decidido despedir al productor; también lo ha hecho la Academia de cine después de que sus acciones hayan sido condenadas por prácticamente el 100% de la industria; incluso su mujer ha anunciado públicamente que se divorciará del magnate. Pero no nos equivoquemos, muerto el perro, aún queda la rabia, porque la gravedad de esta situación no reside tanto en la espectacularidad de los hechos como en las causas que lo han hecho posible.

El caso Harvey ejemplifica un problema cotidiano que cuaja gracias la cultura sexista sobre la que se construye Hollywood –y, en general, nuestra sociedad–. Tal y como contaba Emma Thompson en la BBC, Weinstein “es sólo la punta de un particular iceberg. No es un adicto al sexo, es un depredador, lo que hay arriba de esa escalera es un sistema de abusos, menosprecios y acoso”. Tampoco es un fenómeno novedoso: en sus memorias, Marilyn Monroe denunciaba que “Hollywood es un burdel atestado”. 

Los sonidos del silencio

Ahora, tras la falsa sorpresa inicial, llega la hora de buscar culpables. ¿Por qué todas estas mujeres han callado durante este tiempo?

Se han esgrimido muchas respuestas, entre ellas el miedo a las represalias por parte del hombre más poderoso de Hollywood, así como una red de silencio por parte personajes intermedios (algunos medios citan a Matt Damon o Ben Afleck como conocedores del delito) que prefirieron callar. En definitiva, estamos ante un entramado machista que se ofrecía como el escenario idóneo para lo que sucediera lo que ha sucedido.

Sin embargo, sería un error quedarnos en la superficialidad del asunto. Estas dinámicas están encubiertas por razones mucho más complejas que responden a una clara estructura que posibilita –e invisibiliza, dificultando su denuncia– los abusos de poder: el cuerpo de los débiles, en este caso el de las mujeres, es utilizado como un objeto que se somete a quienes ostentan el poder, ya sea económico, estructural o meramente simbólico.

La respuesta está en ‘Girls’

Para entender la situación podemos recurrir al tercer episodio de la última temporada de la serie de la HBO ‘Girls’. Lena Dunham sintetiza en 20 minutos, y como nunca antes se había hecho en televisión, los clichés que encubren los mecanismos de la cultura de la violación.

El agresor ya no es un hombre pervertido que acosa a una mujer débil en un portal oscuro, sino que podría ser cualquiera: tu escritor favorito, como pasa en capítulo, o un importante productor de Hollywood, como llevaba años ocurriendo. En la narración se dibujan claramente las dinámicas de poder machistas que están aceptadas por la sociedad: una joven escritora acude a casa de un novelista respetado para desmantelar si son ciertas las acusaciones de abuso sexual que dos universitarias han hecho sobre él. Nuestra desconfianza inicial acaba convirtiéndose en compasión por un hombre solitario, que justifica su misoginia apelando que las jóvenes estaban locas por su atención. A continuación ocurre, tras las justas adulaciones hacia la joven, y con nuestras expectativas vencidas, el novelista saca su pene y le pide que se lo acaricie.

El rol de la víctima

Pero no podemos detenernos aquí, también hay que analizar el rol de la víctima. Esta aparece representada como un sujeto pasivo, pues en su imaginario no cuenta con armas para defenderse. Así lo apunta la escritora francesa Virginie Despentes al narrar su propia violación en su célebre ensayo ‘Teoría King Kong’: “Desde el momento en que comprendí lo que nos estaba ocurriendo, me convencí de que ellos eran los fuertes. Una cuestión mental. Luego me he dado cuenta de que mi reacción habría sido diferente si hubieran intentado robarnos las cazadoras. Yo no era temeraria, pero sí bastante inconsciente. En ese momento preciso me sentí mujer, como nunca me había sentido antes y como nunca he vuelto a sentirme después. No podía hacer daño a un hombre para salvar mi pellejo. Creo que habría reaccionado de la misma manera si hubiera habido un único chico contra mí misma. Era el proyecto mismo de la violación lo que hacía de mí una mujer, alguien esencialmente vulnerable”.

Conjugando ambas partes –hombre poderoso, víctima vulnerable– se produce el abuso, pero, a continuación, como si no hubiera suficiente, se escenifica el terrible juego social de atribución de responsabilidades. Y es precisamente en esta zona gris –¿dónde se encuentra el límite del consentimiento en una relación de poder asimétrica?– que descubrimos la perversa dinámica por la cual se establece un doble castigo para la víctima: no solo debe pasar por el acoso, sino que también se ve sometida a un juicio moral por parte de la sociedad que le atribuye cierta culpa en lo sucedido.

¿Cómo crees que ha llegado hasta allí?

Además a todo ello debe sumarse la crítica desde ciertos sectores feministas a la constante victimización de las mujeres, como lo anuncia por ejemplo la mexicana Marta Lamas: "Se ha generalizado un discurso feminista en el que todas las mujeres tienen categóricamente la condición de víctimas potenciales y todos los hombres de perpetradores o victimarios potenciales”. Pero a la vista de las estructuras que justifican el abuso, escudarse en esta posición teórica que cuestiona el papel de las mujeres como víctimas frente a su depredador parece por lo menos peligroso. Por el contrario, toca alabar sin excepción a quienes han denunciado a la mano que les daba de comer.

No podemos obviar, por último, que en estas relaciones de poder se mezclan también importantes elementos sociales que las afianzan. Comentarios sexistas, alusiones al físico que ensombrecen el talento, tocamientos, insultos y actitudes paternalistas que nos ofrecen un escenario cultural donde las mujeres de éxito siempre son cuestionadas: ¿Cómo crees que ha llegado hasta allí?, como pregunta obligatoria, y como respuesta recurrente: “Comiendo muchas pollas”. Quizá ahora podamos pensar que si para algunas fue así, no fue por gusto, sino por obligación.