Horas antes de que abriesen los colegios, cientos de ciudadanos estaban esperando para poder entrar en las aulas y depositar su papeleta dentro de una urna. Sabían lo que sucedería, sabían que las Fuerzas de Seguridad estarían pendientes de cada movimiento, sabían que la ilegalidad no les llevaría por el camino justo, sabían que votar el 1-O no era la mejor opción para defender la autodeterminación que llevan décadas persiguiendo y, aun así, lo han hecho y lo han hecho porque nadie ha querido dialogar con ellos y porque el Gobierno, una vez más, no ha sabido escuchar.

El ruido ha llegado a todas las calles de Barcelona, la cacerolada ha sonado a las 22:00 como cada noche y la violencia ha persistido durante toda la jornada. Los independentistas no han sabido jugar sus cartas y la ceguera por la independencia los ha llevado a llenar los colegios de papeletas ilícitas que han causado estas revueltas innecesarias, pronunciándose así en contra de estas represalias dirigidas por el Gobierno pero ¿qué esperaban del Partido Popular? Un partido que nunca ha sido capaz de dialogar, un partido que niega las ruedas de prensa para tener siempre una salida, un partido liderado por un plasma incapaz de solucionar los conflictos pacífica y democráticamente, un partido que está castigando a Cataluña pero ignora las banderas franquistas en concentraciones que manifiestan el odio hacia los que no son como ellos.

España ha vuelto al pasado, los abusos por parte de la Policía y de la Guardia Civil han dejado unas imágenes que se asemejan a un país donde la democracia es inexistente. Los catalanes han sido perseguidos por aquellos que no les han dado una oportunidad para llevar el proceso por vías legales, pero no por ello han ganado. De hecho, han perdido ambos bandos: unos por desobedecer y otros por castigar violentamente las desobediencias.