Nunca los tontos gozaron de tan buena fama e influencia. Digo tontos con abundamiento: esos que nunca se molestan en leer un libro porque les cansa la vista y sobreviven con una jerga de oídas, a medias entre las sentencias de la abuela (cuando el grajo vuela bajo) y los lejanos latinajos de la escuela (Ipso Fausto, dice mi altocargo que tenía un teniente chusquero en la mili que todo lo ordenaba Ipso Fausto).

Estos tontos lo son para toda la vida, no tienen cura posible: desconocen su monumental ignorancia y el miedo al ridículo, suelen chillar en vez de hablar y gesticulan con grandes aspavientos. Hasta ayer eran reconocibles a golpe de vista en corrillos futboleros, taurinos o políticos, (la cartera de viajante de comercio o de auxiliar de clínica bajo en brazo, también abundan los periodistas deportivos) que para ellos viene a ser la misma cosa: tener razón por cojones. Debo precisar que tontos es usado aquí en su género neutro, para que todos y todas se puedan dar por aludidos sin mayor problema..

Desde que Google los ha viralizado,  los tontos han dejado de ser una soportable molestia social para convertirse en los más radicales y peligrosos activistas de las redes, entusiastas replicantes en chats de cualquier memez o, lo que produce mucho más miedo, de mentiras emponzoñadas de mentiras. Las redes les proporcionan un liderazgo que antes nunca tuvieron: Han descubierto que en lugar de tener que cambiar sus relatos para que encajen con la realidad, pueden cambiar la realidad para que encaje en sus relatos .

Arrumbados los filósofos, los intelectuales, los sabios, los moderados, los silenciosos, los tontos guguelizados han ocupado el centro de la escena pública y, lamentablemente, no se trata de una metáfora. Aquellos de nosotros que huíamos de los debates territoriales, de las trampas identitarias, que sabíamos que nacer en alguna parte (incluida Catalunya o Euskadi) no tiene ningún mérito, hemos sido barridos por los tontos guguelizados. Es imposible escapar a su fanatismo; han conseguido situar el debate de las patrias donde querían, justo cerca del abismo, a pesar de la verdad. Y de la ley. Unos tontos guguelizados creen que la felicidad universal vendrá con la independencia y otros tontos guguelizados claman por que la cabra de la Legión desfile por la Diagonal.

Un tonto guguelizado, cuando menos, debe de estar detrás del monumental laberinto en el que Sánchez ha metido a los sociatas con la cagada plurinacional. Y muchos cientos de tontos guguelizados y más pobres que las ratas le han ganado a Susana la batalla del impuesto de sucesiones. Los ricos no han tenido que mover ni un dedo para lograr que sus vástagos hereden sus fincas y cuentas corrientes gratis total, sin tener que fugarse a Madrid.  Los tontos guguelizados le han hecho el trabajo sucio.

Un tonto guguelizado tipo puede incendiar las redes sociales por la mañana contra el impuesto de sucesiones y acudir con vehemente entusiasmo a la manifestación de las mareas blancas por la tarde  para reclamar una sanidad con más recursos, más financiación y más médicos. El tonto gugelizado no aprecia en ello mayor contradicción. Por fin, la credencial universal de todos los tontos guguelizados es su aversión a los políticos, corruptos todos sin excepción y culpables de los males del universo. Google es el nuevo Dios y millones de tontos gugelizados a golpe de un click, sus profetas.