Comienza el curso político más extraño de los últimos cuarenta años. La principal similitud con aquel lejano 1977 es que entonces nadie sabía con certeza qué iba a pasar y hoy tampoco lo sabe aunque, como entonces, el que más y el que menos disimula su ignorancia como buenamente puede. El riesgo se llamaba involución en 1977 y se llama Cataluña en 2017, pero al menos entonces todo el mundo sabía lo que nos esperaba si las cosas salían mal, mientras que ahora nadie sabe adónde nos conducirá esta crisis si a sus promotores y a sus contrarios la cosa se les va de las manos.

Una cierta congoja

En ese comprometido contexto, Susana Díaz ha regresado a sus tareas domésticas obligada por el fracaso en que acabó su salto al firmamento de la política nacional, hoy semejante a un ring en el que todavía ninguno de los dos púgiles ha dado ni un solo golpe aunque ambos llevan meses cargándose de razón para, llegado el momento, poder darlos con toda la legitimidad y eficacia que les sea posible.

El conflicto catalán es la primera preocupación de Susana Díaz y los socialistas andaluces pero no están en condiciones de explicitar su congoja: sería inmiscuirse en las competencias de la dirección federal, que las primarias socialistas dejaron perfectamente blindadas. Los militantes hablaron claro: a Pedro lo que es de Pedro y a Susana lo que es de Susana.

Sevilla, Madrid, Barcelona

En el curso político que acaba de empezar, la estrategia de la presidenta andaluza parece pivotar sobre tres puntos de la geografía: Sevilla, Madrid y Barcelona. Sevilla porque, como epítome de Andalucía, es aquí donde se juega Díaz su futuro político, que pasa por conservar el poder tras las elecciones de 2019 pues de lo contrario Sánchez pasará a degüello a los inquilinos de San Vicente; Madrid porque allí está la caja de caudales del Estado cuyas reglas de distribución territorial deben renegociarse porque ya toca y porque las reglas en vigor perjudican gravemente a comunidades como Andalucía o Valencia; y Barcelona porque hoy por hoy toda la política española, se haga desde Sevilla o se haga desde cualquier otro sitio, pasa por Barcelona.

Victorias con apariencia de empates

No hay salida a la mayor crisis política nacional en 40 años sin el acuerdo tácito o expreso de Madrid, Barcelona y Sevilla. Es más: la salida que se encuentre nunca será una buena salida si alguno de esos tres contendientes se siente excluido o derrotado.

El riesgo se llamaba involución en 1977 y se llama Cataluña en 2017, pero al menos entonces todos sabíamos lo que nos esperaba si las cosas salían mal

Si en 1977 la Transición fue exitosa porque se trató de una victoria de los demócratas con apariencia de empate entre demócratas y franquistas, en 2017 da toda la impresión de que el desenlace de la crisis catalana será exitoso solo si acaba en una victoria del catalanismo con apariencia de empate entre catalanismo y españolismo. No se olvide que en esta batalla la iniciativa siempre la han llevado ellos y ese hecho nunca suele salir gratis a los rezagados.

Lo importante es la cantidad

En ese contexto, es difícil que Andalucía no acabe saliendo perjudicada. Aunque la pregunta correcta, en todo caso, no es si saldrá perjudicada sino cuánto saldrá perjudicada. A fin de cuentas, todo el mundo sabe que el cupo vasco perjudica a las finanzas comunes pero también sabe que el perjuicio es muy limitado: los demás territorios pierden con el cupo pero no se sienten perdedores. Es difícil que pudiera suceder lo mismo con un ‘cupo catalán’.

Por si acaso, la primera decisión de Díaz ante el nuevo curso político ha sido buscar el consenso con las demás fuerzas políticas y los agentes sociales con el fin de que Andalucía tenga una posición común en las negociaciones sobre financiación autonómica.

Una bandera fría

Sindicatos y empresarios han hecho piña con el Gobierno andaluz, cuyo diagnóstico y objetivos comparten. No parece, sin embargo, que vaya a suceder lo mismo con Izquierda Unida/Podemos y el Partido Popular: técnicamente, llegar a un acuerdo no es problemático pues todos están de acuerdo en la infrafinanciación de Andalucía –5.522 millones menos desde 2009 por la aplicación del actual modelo, según la Junta–, pero políticamente las posibilidades de acuerdo son más bien remotas.

Lo que está en juego es trascendental, sin duda, pero se trata de una trascendencia helada, abstracta y sin corazón: las masas andaluzas no saldrán a la calle por su financiación como lo hicieron en 1977 por su autonomía. Pueden salir por muchas otras cosas pero no por esa.

La batalla inexistente

Y no solo son remotas en Andalucía las posibilidades de consenso: en realidad, nadie cree seriamente que sea posible un acuerdo sobre el nuevo modelo de financiación no ya antes de que acabe el año, sino antes incluso de que acabe la legislatura. Susana Díaz y el PSOE andaluz están fortificando sus trincheras y reforzando las divisiones del sur para combatir en una batalla que, al menos de momento… no va a tener lugar.

Susana Díaz está fortificando  trincheras y reforzando divisiones para una batalla que no va a tener lugar

De aquí a diciembre todo serán emboscadas y escaramuzas, pero no habrá batalla propiamente dicha. Y no la habrá por muchas razones, casi todas ‘buenas’: el País Vasco y Navarra no está interesados en librarla porque temen salir perdiendo; Cataluña está en una estrategia de bilateralidad y no quiere negociar de igual a igual con andaluces o castellanos; Rajoy necesita al PNV para seguir siendo presidente y no va a arriesgar su mandato con una negociación que podría poner en cuestión las actuales ventajas de Vitoria; las comunidades que no se sienten perjudicadas por la aplicación del actual modelo no tienen prisa alguna por cambiarlo…

Los renglones torcidos de Dios

Aunque el anterior curso político fue traumático para los socialistas, y tardarán mucho tiempo en curarse de tanta división y tan hondas heridas, el que se avecina puede convertir en un juego de niños el dramático curso socialista 2016/2017.

Ciertamente, Susana Díaz echará sin duda de menos no estar en esa primera línea con la que había soñado pero, a la vista de la incertidumbre que se avecina, quién sabe: puede que su derrota haya sido lo mejor que podía sucederle.