Es la sexta ambulancia que pasa en menos de una hora, las sirenas se oyen incluso con las persianas bajadas. Mi móvil ha empezado a vibrar sin parar, no dejan de insistir en si estoy bien. Sí, estoy bien. Es jueves, son las cinco de la tarde, siguen pasando ambulancias, estoy tirada en la cama y acaba de haber un atentado a un kilómetro de casa.

No sé en qué estoy pensando. No sé dónde están todos ni sé quiénes son todos ni con quién tengo que hablar. No sé cómo están pero necesito que estén bien. No sé en qué pensar cuando hay tantas víctimas tan cerca de aquí. No sé en qué pensar cuando tantas personas han perdido la vida unas manzanas más abajo. En qué momento alguien ha decidido que hoy era un buen día para montarse en una furgoneta y empezar a atropellar gente. En qué momento alguien ha decidido que sembrar el pánico y arrebatar vidas era un buen plan. Cuándo hemos llegado a esto y por qué no hemos aprendido a pararlo a tiempo.

Acaba de suceder

Acaba de suceder lo que sucede cada día en territorio desconocido. Es como si alguien hubiese provocado que la Tierra temblase, como si hubiese creado un terremoto conscientemente. Nuestra ciudad se tambalea y la idea utópica de que nuestra casa es un lugar seguro ha desaparecido en cuestión de minutos. El miedo irracional se ha metido en nuestras habitaciones y ni siquiera aquí nos sentimos a salvo. Ni siquiera los que nos hemos librado del horror estamos tranquilos porque acaba de pasar lo que no debería pasar nunca: nos han arrancado un trozo de nuestra paz interior y no sabemos cómo recuperarlo. Nos han bloqueado a través de una violencia que nos resulta tan incomprensible como inalcanzable y nos han conseguido callar.

Lo que no saben es que el silencio que arropa Barcelona es nuestra lucha y nuestra forma de decir basta ante el pavor que hay hoy en las calles. Porque la mayoría ni siquiera conocemos a las víctimas y, sin embargo, es como si nos hubiesen agredido a todos. Como si los cuerpos sin vida sobre la acera fuésemos nosotros. Se han apoderado de la parte más viva de la ciudad, han paralizado el corazón y, por eso, la muerte duele más.