La última sesión de control a la presidenta tuvo un poco de lo de siempre con la bronca intervención de Juanma Moreno y un poco de novedad con Susana Díaz y Teresa Rodríguez cruzando delicadamente sus aceros, como temerosas de hacerse daño la una a la otra después de una temporada parlamentaria en la que, Pleno tras Pleno, han saltado chispas durante los choques dialécticos entre ambas dirigentes de la izquierda.

Maíllo marxista, Maíllo bíblico

Comenzó el turno de preguntas el coordinador de IULV-CA, Antonio Maíllo, que arrancó algo marxista con las alusiones al ejército de parados que está presionado sobre los salarios” y terminó más bien bíblico profetizando poco menos que el apocalipsis del sector turístico, sumido en una “burbuja de manual” que el Gobierno andaluz no quiere ver.

Maíllo recordó con crudeza lo que tantos trabajadores del sector sufren en sus propias carnes: "Se están creando contratos, pero no empleo; los contratos dignos se han desguazado; en 2013, una camarera de piso ganaba de media 1.200 euros al mes con jornadas de ocho horas diarias y ahora cobra entre 500 y 600 euros, vinculados a la consecución de unos objetivos que obligan a estar entre diez y doce horas trabajando".

Paradojas parlamentarias

La presidenta no negó los abusos pero defendió que no eran generalizados, quitó hierro a la precariedad y sostuvo que el turismo, en fin, va como un cañón, pues no en vano “aporta 19.200 millones de euros a nuestra riqueza y da trabajo a 372.000 personas".

Paradojas sugerentes de la dialéctica parlamentaria: Maíllo estaba haciendo de Díaz cuando esta interpela a Rajoy y a su vez Díaz estaba haciendo de Rajoy al ser interpelada por Maíllo. Naturalmente, el día que Maíllo sea presidente tendrá enfrente a alguien haciendo de Maíllo.

La tregua y la memoria

Al contrario que en otras ocasiones, en que ambas dirigentes conseguían pelearse incluso en aquello en que estaban de acuerdo, en esta última sesión Susana Díaz y Teresa Rodríguez lograron encontrar en la gestión de la memoria histórica un terreno neutral donde por unos minutos, ciertamente no muchos, reinó la tregua. Algo tensa, pero tregua al cabo.

La coordinadora de Podemos pidió que la futura Comisión de la Verdad que se cree al amparo de la Ley de Memoria dé prioridad al esclarecimiento del asesinato de Manuel José García Caparrós, el 4 de Diciembre de 1977 en Málaga cuando intentaba izar una bandera andaluza. En concreto, Rodríguez planteó que esa comisión reclame al Congreso de los Diputados los 675 folios de la investigación parlamentaria que se hizo en su día.

Semántica y política

Esta vez, Díaz no se hizo de rogar y se comprometió a solicitar de inmediato al Congreso esa información que la familia de García Caparrós lleva mucho tiempo exigiendo. La presidenta no estuvo, por supuesto, de acuerdo con la sofisticada interpretación del 4-D que hizo Rodríguez, para quien aquel día el pueblo andaluz reivindicó “todo un campo semántico de derechos y libertades”.

Díaz no entró al trapo estructuralista y le replicó más bien por lo castizo: “Lo que los andaluces reivindicaron entonces no fue ningún campo semántico, sino una autonomía plena”. De nuevo ambas estaban diciendo casi lo mismo, pero simulaban decir cosas diametralmente contrarias. Cosas de la dichosa dialéctica.

Moreno y los clásicos

Por su parte, el líder de la bancada conservadora cerró la temporada revisitando a sus clásicos: el tercermundismo de la sanidad, el desastre de la educación, el caos de la dependencia, el expolio de las herencias y, cómo no, el abandono de los andaluces por parte de una “Susana Díaz cuyo único proyecto político es Susana Díaz”. Juanma Moreno ilustró su intervención –no era la primera vez– con una fotografía de un enfermo en los pasillos de un hospital.

La presidenta contraatacó sin contemplaciones. Le afeó a Moreno “su cinismo y desahogo”, consideró “indecente” la fotografía, le recordó el recorte a la dependencia siendo él miembro del Gobierno central y aterrizó finalmente sobre una pista bien conocida por el líder del PP: los planes de la derecha para hacer negocio con la sanidad pública.

“No dejaremos que metan sus manos en la sanidad”, le espetó Díaz, en cuyo tono se adivinaba que le hubiera gustado decir ‘sucias manos’ en vez de solo manos. Para desquitarse, Moreno Bonilla, puede que no con justicia pero sí con ingenio, la llamó ‘lady bronca’.