Los expertos consultados por este periódico sugieren (no sin elegancia) que es mejor escribir nombres y apellidos que conceptos. Mejor Rodrigo Torrijos se las tiene con la jueza Alaya y el exjuez Zoido, que “exconcejal absuelto de Sevilla se está pensando en denunciar por proceso kafkiano”. Si el editor es avispado y maneja las negritas y las cursivas con la magia cibernética pertinente, los motores de búsqueda le darán miles de entradas y la miel de la publicidad se derramará sobre los enlaces que hubiera menester.

Coño, Cristina, me dice mi altocargo, que ya me seguía cuando yo despuntaba en la hoja parroquial como reportera agresiva aún menor de edad, esto lo hacías tú antes de que se inventaran todas las tonterías de las redes sociales. Recuerdo que le ponías a un tío el nombre en negrita y la añadías que tal vez acaso por ventura dios nos libre igual no está haciendo lo que debería y el tío ponía el culo y el chófer y un montón de explicaciones para echarle la culpa al joputa del cabrón de su compañero de partido. Y las hojas parroquiales que no leía nadie desaparecían de los kioscos. Mi altocargo y yo sospechamos que más que un éxito de ventas, era el tío de las negritas que se compraba la edición en tacos.

Como quiera que (Avendaño incluido) a los periodistas con estudios lo que nos gustaría ser es escritores incluso con éxito, sentimos fascinación por los escritores que lo tienen, incluso con merecimiento. Es el caso de Gabriel García Márquez (al que doscientos mil millones de amigos íntimos que dicen que lo conocieron nos lo nombran familiarmente como Gabo) y de Mario Vargas Llosa, al que su enamoramiento en los años del cólera con la eterna seductora Preysler no resta una mica de su talento para escribir (últimamente un poco a peor) textos portentosos.

Está acreditado que la amistad intensa que se profirieron ambos durante bastantes años se terminó cuando Vargas Llosa (Mario) le dio un puñetazo a García Márquez (Gabo) en el vestíbulo de un cine. No se volvieron a ver,

Mientras García Márquez (Gabo, incluso Gabito) se abrazaba a Fidel Castro y posaba como aval de la sedicente revolución, Vargas Llosa se escoraba hacia la derecha liberal, un mucho harto del buen rollito compadre con el que los intelectuales del rojerío contemporizaba (mos) con esas otras “dictaduras inevitables” por el criminal bloqueo de los gringos.

Pero el puñetazo no fue por un encontronazo político. Fue por un ataque de cuernos. Muchos años después, delante de los textos de sus biógrafos, habríamos de descubrir que Vargas Llosa (Mario) le arreó a García Márquez (Gabo) porque sospechaba que se traía una suerte de juego subterráneo, una forma de nadar por debajo del mar, con su señora de entonces.

Hasta ayer mismo, le he confesado a mi altocargo, me daba penita pena Vargas Llosa (Mario) a pesar de su reconocidísima trayectoria de cuadernos de don Rigoberto. Cuando uno le pega a otro por un ataque de cuernos, es el agredido el triunfador y queda en pavorosa evidencia el agresor. Y casi me molestaba que Gabriel García Márquez (Gabo) pasara la historia como el mejor del siglo pasado y escribiera de flor en flor.

Hasta que anoche, leyendo prensa por internet, me topé con un titular que me erizó la piel: dice Vargas Llosa (Mario) a propósito de las filias y devaneos de García Márquez (Gabo) con la izquierda cubana y prosoviética que así “se vacunaba contra las molestias”. Se refiere a las molestias de pensar, de preguntarse un poco más allá, de no asomarse al vértigo de la verdad sin puros ni ron.

Los expertos consultados por este periódico habrían preferido que titulara algo como Vargas Llosa se cobra revancha contra García Márquez, vivo contra muerto, con lo que la lluvia de visitas (antes llamados lectores) tal vez habría sido incesante. Pero esa “vacuna contra la molestia” me ha parecido la madre de todas las venganzas. Y se merece el titular.