Gregaria es, según la R.A.E.: persona que, junto con otras, sigue ciegamente las ideas ajenas.

Tras la tormenta, la marejadilla requiere poner negro sobre blanco y de manera urgente pero no atropellada lo fundamental del proyecto político ensalzado por la mayoría absoluta de la militancia. Todo debiera subordinarse a las personas. Harto de encontrar similitudes, a veces escandalosas, entre el “ lenguaje político “ utilizado por formaciones de izquierdas, de derechas y de centro, el profano viene trasladándome la necesidad imperiosa de que unas y otras se presenten fácilmente reconocibles en sus documentos y comprensibles en sus discursos, sea quien sea la que los lea o los oiga.

A todas las personas nos gusta ser atendidas como lo que somos, únicas, pero con demasiada frecuencia no nos sentimos así. Nuestra tendencia a unirnos a otras buscando la coincidencia no justifica el ser tratadas como gregarias. La democracia no entraña ni renuncia ni pérdida, a juicio del profano; más bien la defensa de la individualidad en pos de un objetivo compartido. Siendo así, corresponde al PSOE emergente enfatizar que las personas son lo primero  y no lo segundo. La expectación por la segura variación del rumbo mantiene ilusionada a la mayoría de su militancia y tal vez también de sus simpatizantes. En el resto, algo o mucho de resignación o duda, o un poco de ambas cosas.

Que las personas son lo primero debiera convertirse en el mantra iniciático de toda propuesta y actuación política. Las críticas sobrevenidas de petulancia exagerada o de soberbia excesiva por la reiteración e insistencia en la idea de que para el PSOE las personas son lo primero, deben asumirse como el coste inevitable de reconocer permanentemente el carácter único de cada una de nosotras. Sentirnos atendidas en nuestros deseos y necesidades de manera individual, aunque ya sabemos que somos parte de la gente, de una mayoría o minoría o de un grupo/sector/colectivo/..., fortalece poco a poco nuestro orgullo por ser persona, según me susurra el profano. Seguramente, interiorizar esta premisa y proclamarla a los cuatro vientos ayuda a mantener los apoyos actuales, recuperar gran parte de los perdidos y ganar muchos de los hoy inimaginables.

Como la vida va a seguir sin pausa, los segundos y terceros pasos irán marcando la deriva acertada o no del deseable futuro. La necesidad de compartir el proyecto, siendo muy importante, no es lo primero. Recordaré que como las personas han de ser siempre lo primero, su unión es subsidiaria. En consecuencia, la deseable unidad para conseguir lo anhelado nunca debe anteponerse al interés de las personas que se aspira a representar. Los principios y valores voluntariamente compartidos no pueden erigirse en la razón de ser de la acción política. Sí, ya sé que me repito: las personas son lo primero, pero como demasiadas veces vienen siendo lo segundo o lo tercero, insisto.

La ubicación de esta idea en el frontispicio del socialismo de siempre no puede, por tanto, supeditarse a cualquier tipo de acuerdo. La búsqueda obsesiva por el consenso, como valor positivo que es, puede ocultar intereses censurables: mantenimiento de parcelas de poder o de estatus, seguridad garantizada individual o colectiva en el presente o futuro inmediato, compra de la tranquilidad a alto precio, mejora de la imagen incluso ante quienes defienden intereses contrarios... La consecución de un pacto exitoso en el medio o largo plazo, dentro o fuera, nunca puede establecerse desde la dejación de cuestiones esenciales e irrenunciables: la adopción de estrategias presuntamente ganadoras no garantiza que la culminación de la carrera acabe en victoria. La recuperación de quienes huyeron decepcionados a otro lugar o a ninguno sólo es factible con el ejemplo de la coherencia entre lo que se dice defender y lo que se defiende, entre lo que se dice que hay que hacer y lo que se hace. La no incorporación a un proyecto no debe preocupar tanto como la devaluación del mismo. Por eso, cualquier pacto no es deseable si se olvida que... las personas son lo primero.