Nos encontramos en un contexto de apertura de no tan nuevos teatros de operaciones y potenciales alianzas entre movimientos yihadistas. Un escenario en el que no parece tan descabellada una reconciliación entre Al Qaeda y el DAESH. Con independencia de esta cuestión, un amplio abanico de grupos terroristas yihadistas actúan en el continente africano y no siempre en armonía con los ideales de la organización que todos creemos conocer.
El continente africano en escasas ocasiones ha estado presente en el imaginario colectivo y su inestabilidad compromete a la del sistema internacional a nivel agregado.
Por ello, el complejo entramado terrorista –Al Shabab, MUYAO, Boko Haram, Al Qaeda en el Magreb Islámico…- que ha ido germinando en África ha encontrado en la fragilidad de sus Estados, las pugnas internas por el poder, el estancamiento económico y en la frustración de sus nacionales, la ventana de oportunidad para sentar sus bases y evolucionar. África es la región geopolítica donde la actividad terrorista ha proliferado a mayor velocidad y en un menor lapso de tiempo, retroalimentando la desintegración de los territorios donde se localiza y extendiéndose por Nigeria, Mali, República Centroafricana, Somalia, Camerún, Kenia, Burkina Faso o Chad. Esto ha sido posible gracias a la creciente interconexión entre los movimientos yihadistas de Oriente Medio y Asia Central y Meridional con las organizaciones terroristas del continente.
Los estados africanos no pueden encarar este desafío en solitario, pues, pese a la cohesión de organizaciones regionales como la Unión Africana, su sociedad no permanece unida y no posee una arquitectura de seguridad consolidada que le proporcione las capacidades necesarias.
Para eliminar de raíz esta amenaza, primero se debe realizar un análisis de la concatenación de causas profundas que han contribuido a la apropiación, por parte del yihadismo, del espacio abandonado por el vacío de poder. En esta línea, las misiones de Naciones Unidas o de la Unión Europea no deberían ignorar la especificidad política, económica, social y etno-religiosa y el avance a diferentes ritmos de cada estado, dejando de lado sus propios intereses y el cortoplacismo que caracteriza a las respuestas en el marco internacional. Resulta imperativo reactivar el compromiso conjunto partiendo de un enfoque integral y multilateral en el que África tenga un papel protagónico que le permita regenerar su aparato institucional de seguridad y dar el impulso necesario a sus propios servicios de inteligencia para que en el largo plazo el continente pueda activar sus propios mecanismos de prevención y desradicalización en solitario, sin la dependencia externa que marca sus operaciones.
Occidente ha errado al considerar que las probabilidades de que este tipo de amenaza se asentara en África eran muy bajas y nuestras percepciones han condicionado las estrategias implementadas sobre el terreno.
No es tarde, ahora es más importante que nunca actuar pues el trasvase de recursos y combatientes de grupos yihadistas como el DAESH hacia África y la evolución de los grupos y alianzas allí presentes es una estrategia que no debe ser degradada a un segundo plano.   Por Noelia García Fernández.