La nueva economía parecía que venía a resolver muchos de nuestros problemas. Más sencilla, barata, sostenible y optimizada. Efectivamente, todo mentira. Poco a poco vamos comprobando que la nueva economía se parece mucho a la antigua. Quizá cambien las caras y los nombres, pero al final el medioambiente, por ejemplo, queda en segundo lugar.

Criptomonedas

¿Quién nos iba a decir que las criptomonedas tendrían un impacto radical en la atmosfera? Pero como suele pasar con el mundo virtual, su influencia sobre el mundo real es tangible. Y sirva un dato para demostrarlo.
En la actualidad, Islandia invierte más energía en gestionar bitcoins, una de esas criptomonedas virtuales, que en los hogares del país.
Una de las empresas energéticas islandesas estima que en 2018 se gastarán nada menos que 840 gigavatios en mover monedas virtuales de un ordenador y servidor a otro. En el otro lado, los hogares islandeses consumirán alrededor de 700 gigavatios en el mismo periodo. Es un proceso que no va a acabar. Los últimos cálculos aseguran que durante este año, el tráfico mundial de criptomonedas va a necesitar los mismo recursos energéticos que los que van a emplear dos naciones como Irlanda y Dinamarca juntas.  
[Ver: La furia de los elfos se desata en Islandia]

Infraestruturas

Y la tendencia aumenta de forma exponencial. Aunque todavía es una pequeña cantidad de la energía que Islandia consume y produce, no cabe duda de que se trata de un fenómeno curioso y alarmante.
Nos queda el consuelo de que en la pequeña isla nórdica, el 70% de la energía que se produce es de origen renovable.
[Ver: Islandia se acerca a la independencia energética]
Otra cuestión es qué sucederá con las infraestructuras energéticas necesarias para gestionar tan cantidad de consumo. Los responsables de la compañía eléctrica aseguran que a ese ritmo es probable que muy pronto las redes eléctricas no sean capaces de dar capacidad a esa demanda.  

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