“Ay, mi pequeñín”. “Huy, mi niño”. “Hey, mi cosa pequeña”. Esas son expresiones que cualquiera puede oír en la calle a cualquier hora. Y aunque lo escuche con atención, no será capaz de distinguir si el receptor es un niño… o un perro. Porque sí, mucha gente trata a sus perros como si fueran prácticamente hijos. Ahora la ciencia viene a explicar sus comportamiento.

La oxitocina, claro

Al final de todo está una vez más, la oxitocina. Al menos así lo aseguran científicos de la universidad de Azabu, en Japón. Según los investigadores nipones. Cuando el dueño de un perro ve a su animal, segrega esta misma hormona que lleva desde que somos primates gratificándonos y convirtiéndonos en esclavos. En principio parece que la función evolutiva de esta hormona es de la de estrechar el vínculo entre padres e hijos, cohesionar a las familias. Pero claro, quién controla las hormonas y a quién controla a una persona cuando estas fluyen por sus venas.

El perrete, uno más de la familia

Durante quizá 100.000 años, el perro ha formado parte de nuestras familias. Desde que se convirtió en el primer animal que vivía a nuestro lado, se ha ido la brando una conexión que hace que, prácticamente en el plano evolutivo, se ha generado una sensación con los animales análoga a la que experimentamos con nuestros propios hijos. Para llegar a sus conclusiones, los investigadores estudiaron a dos grupos de humanos y de perros, 30 especímenes de cada uno. Aislándonos y haciéndolos encontrar después, analizaron los niveles de oxitocina segregada por los ejemplares de ambas especies. Las conclusiones del análisis es que la oxitocina es la que ha ido forzando los lazos entre los hombres y los animales a partir de un esquema que ya funcionaba en cada una de las especies por separado. Como demostración, argumentan que no se da el mismo fenómeno entre los adiestrados y los animales salvajes de los que se encargan.