14 de marzo de 2101. La nave Hawk I está a punto de despegar. En su interior, las primeras 250 familias de colonos. Su destino, el planeta Neo. Hasta hace unas décadas un pedazo de roca sin apenas atmósfera y un porcentaje ridículo de oxígeno.

Paso 1, terrificación

Afortunadamente, la terrificación de Neo fue todo un éxito. Y eso que supuso una obra de ingeniería brutal. En primer lugar, para llevar hasta allí a los primeros científicos. En aquel entonces, el viaje duraba 20 años. Pero antes de eso, fue necesario crear un campo magnético que desviara las tormentas solares de la estrella en torno a la que gira Neo. Después hubo que crear inmensas plantaciones para poder generar oxígeno y por fin un sistema para retener agua sobre la superficie arenosa. Sin duda fue un reto colosal. Pero tampoco quedaba otra solución. En un planeta Tierra en el que más de 15.000 millones de personas se apretujaban la situación era insostenible. Ni si quiera las importantes mortandades provocadas por el alza desbocado de las temperaturas consiguieron reducir la presión demográfica. Más personas hacían necesarios más recursos para alimentarlas y este consumo provocaba más contaminación. Un círculo vicioso que, aunque muchos científicos lo describieron y advirtieron de sus consecuencias, nadie fue capaz de detener.

El inspirador

Sin duda nada de esto habría sido posible sin la mente clara y la palabra decidida de un físico teórico británico. Sin su decidida apuesta porque los humanos abandonáramos la Tierra. Por su certeza de que este planeta se nos había quedado pequeño. Y por su confianza en que el ser humano sería capaz de conquistar otros planetas. Porque está en su naturaleza, igual que conquistó continentes en el pasado. Gracias a él, gracias a Stephen Hawking, hoy la Humanidad parece tener un nuevo futuro. Fuera de nuestro planeta.