La vida está compuesta por pequeños placeres que hacen de nosotros personas más felices. Todos conocemos, o conoceremos, las fórmulas que nos desestresan automáticamente. Pero hay una que no falla nunca: las terrazas. Es, evidentemente, un tic mediterráneo el que nos lleva a buscar la vida fuera de casa. El tiempo tiene que acompañar y debe haber una cultura que enseñe año tras años a las nuevas generaciones que no hay nada mejor que una caña en una terraza. Las terrazas, específicamente la de los bares, son centros de actividad social muy importantes para entender cómo funcionamos. No importa la estación del año, pues sea con la bufanda y los guantes o sea en shorts, siempre nos arremolinamos en torno a una mesa de terraza de bar.

La costumbre de la terraza

Se podría considerar que establecer estas costumbres es necesario. Todas las personas que usan pantalones cortos necesitan dejarse la marca de las horribles sillas de aluminio tatuadas en la parte trasera de los muslos para ser aceptados socialmente. En algunas ciudades, como Barcelona o Madrid, es culturalmente reconocido que si no se te ve salir los domingos en busca de una terraza para hacer el vermú es porque realmente no quieres pertenecer a esa sociedad. Se sabe, porque estás cosas se saben desde mucho antes de que nacieramos, que si estás con una persona y decidís quedaros dentro es porque no queréis que os vean; eso solo puede significar que estáis haciendo algo mal (o sea, ligar, que aquí hay que explicarlo todo). La tipología de las terrazas es extensa, porque no es lo mismo ir a la terraza del típico bar Manolo regentado por chinos de Barcelona, que sentarte en una terracita de Malasaña donde un argentino te explicara los 15 tés diferentes del mismo té verde que tienen, que irte a la terraza de un pueblo pequeño de Mallorca donde te ofreceran unas aceitunas muy amargas pero que aceptarás, porque no está el patio mal ni nada como para ponerse a rechazar aceitunas como un insensato. Por supuesto que no es lo mismo A que H que B y uno tiene que saber a lo que va y con quién va.

Un poquito de casa en las terrazas

He conocido muchas terrazas en mi vida. Cuánto más al norte de Europa, más sosas son. Pero en España las hay fantásticas. Sitios escondidos, sitios que descubres sin querer, sitios que te recomiendan pero nunca irás. Al final, a mi parecer, cuanto más cutres sean, mejor. No tiene eso que significar, necesariamente, que el producto vaya a ser peor y estos sitios aparentemente poco cuidados o con poca inversión, en realidad son los más auténticos, pues ahí va la gente del barrio y es ahí donde puedes ver sus microcosmos. Es un ejercicio fascinante de antropología, en el que entiendes como funcionan familias, amigos y hasta mascotas entre sí. El portal de mi casa está al lado de una terraza del bar. Un bar al que me encanta bajar a clavarme su asiento de aluminio mientras me tomo un cortado. Cada vez que paso por delante, me alucina ver las escenas casi esperpénticas que se reproducen y me hace sentir muy como en casa encontrar siempre a la misma gente, ahora tan familiar y tan de mi barrio. Supongo que todos necesitamos una terraza de referencia. Imagen de Pixabay