Morrissey vuelve. Antes de que se acabe el mundo, antes de que el cambio climático nos achicharre. Antes de que Kim Jong Un y Donald Trump nos irradien con una guerra termonuclear. Antes de todo eso, el viejo Moz tiene que decir una palabra más.

Todo el día en la cama

Lo primero que hemos escuchado de lo último que ha hecho comienza de un modo algo confuso. Para alguien que se ha caracteriza por los analógico de su propuesta, los primero segundo de Spent the day in bed son desconcertantes. Un momento, ¿Morrissey se ha pasado a la electrónica?, ¿a estas alturas?, ¿y con ese tono tan noventero? Qué raro es todo. Porque uno se imagina a la estrella de Manchester sin móvil, con una tele siempre apagada y sin saber muy bien que es eso de Uber. Siempre apegado a las camisas de paramecios y los ramos de flores. 58 años de firmeza y seguridad en uno mismo.

Alta escuela

Porque es la imagen que tenemos de él. Más en estos tiempos radicales. Cuando él fue el primero de todos. Y entonces, la imagen de portada encaja mejor. Ese chaval con cara de decidido frente a Buckingham Palace, dispuesto a acabar a hachazos con la monarquía. Fiel a su palabra: “no entiendo la obsesión británica con la familia real. Cianuro en el té y adiós a la cuestión”. Low in high school es un disco esperado. Como siempre viniendo de el exlíder de los Smiths. Tres años han pasado desde su anterior entrega. Aquella que tanto decepcionó y de la que no quede ningún recuerdo. Quizá solo en España por su lacerante ataque a la fiesta de los toros. Grabado en Francia y en Roma, dos escenarios perfectos para la personalidad. Producido por Joe Chiccarelli que ya había trabajado con Zappa, con White Stripes, Strokes o Beck. Qué vuelta de tuerca nos trae Moz es algo que veremos a partir del 17 de noviembre.