Antes de nada, este artículo no es apto para aquellos que sostienen que las misiones Apolo no pisaron la luna a finales de los sesenta del pasado siglo. Sí es más relevante para los que dudan de la utilidad científica del viaje.

Descubierto en rocas del Apolo

Porque casi cincuenta años después de que unos astronautas pusieran el pie en nuestro satélite por primera vez, aquel logro sigo facilitando información El último concluye que la Luna tuvo un campo magnético propio durante al menos dos millones de años. Así se desprende del análisis de rocas aportadas por una de las misiones Apolo. Los campos magnéticos se generan en el interior de los planetas, en el caso de la Tierra por a existencia de un núcleo de hierro sólido rodeado de una espesa capa de hierro fundido. Gracias a esta fricción se genera un campo magnético que recobre la Tierra. Y los más importante, que nos mantienen con vida. Estas barreras que rodean de modo invisible a los planetas desvían las tormentas solares que de otro modo arrasarían con la corteza. Es lo que ocurrió en Marte.

La Luna y más allá

Y es también lo que sucedió en la Luna. Hasta hace un millón de años contaba con un recubrimiento magnético similar. Se trata de un descubrimiento muy importante, no solo en lo que respecta a nuestro satélite. Lo que lo hace interesante es que marca una nueva senda a los científicos. Hasta la fecha se pensaba que los planetas de pequeño tamaño no podría soportar campos magnéticos. Sus núcleos se enfriaban rápidamente evaporando esa capa. Pero con el reciente hallazgo se abre una nueva línea. La de volver a revisar todos esos exoplanetas enanos en los que se había certificado la inexistencia de vida bajo la premisa de que la carencia de campos magnético les hacía propensos a sufrir los efectos de las tormentas solares. Pero ahora, si un cuerpo de un tamaño tan reducido como la Luna, lo tuvo, ¿por qué no otros planetas o satélite que incluso son un poco mayores?