Hacerse adulto tiene que ver con empezar a tener miedo. Terminan los años 70, la tímida Greta termina su etapa en el colegio, y termina también su infancia. Adiós, inocencia, con estética Wes Anderson. Su madre le organiza una fiesta de cumpleaños, rodeada de amigos y no tan amigos. En medio de la fiesta, se abre una caja de música, y Greta huye al bosque, una metáfora de su propio mundo interior, para encontrarse con los fantasmas de la infancia, los muñecos, la pérdida de la seguridad. La original, colorista y surrealista película australiana La chica dormida (Girl asleep, 2016), ópera prima de Rosemary Myers, una adaptación de Matthew Wittet (El gran Gatsby), de su propia obra teatral, nos devuelve a la difícil transición entre la infancia y  la vida adulta, con sus bellezas y sus monstruos. Una deliciosa rareza llena de humor, ternura que ya se ha premiado en festivales de todo el mundo, en cuya puesta en escena se detecta la experiencia de Myers como directora artística en el Windmill Theatre australiano. Una cinta de modesto presupuesto cuyo elenco encabezan Bethany Whitmore (Mental) y el debutante Harrison Feldman, con Eamon Farren (Lion) y el propio guionista, Matthew Wittet entre otros.