El mar tiene cada bicho que da repelús. Vale que hay un buen montón de ellos que nos comemos como si nada. Pero luego hay otros que dan auténtico asco. Y no estamos hablando de los que habitan en las fosas abisales, Que también. Hay otros muchos que viven en la superficie que también se las traen, como por ejemplo la broma.

No es broma. Es broma

No es broma. Realmente hay un animal marino que se llama broma. De hecho, la palabra broma procede de él. La broma es un molusco bivalvo que tiene una molesta costumbre: come madera. Puede no parecer un problema hoy, pero en el pasado, cuando todas las embarcaciones se construían de ese material, sí que representaban un auténtico fastidio. Es por ello que cuando los marinos detectaban la presencia del molusco lo tomaban como una sorpresa desagradable y pesada. Una broma. La broma se adhiere, o se adhería, a los cascos de los barcos y con su boca iba horadando un túnel en la madera. Ahí iba barrenando. El animal puede medir desde unos pocos centímetros a más de un metro. Un metro de gusano viscoso sin ojos. No es agradable de ver. Tocarlo ya ni os contamos. El caso es que la literatura mundial y la historia no se han portado muy bien con la broma, y mira que ha tenido episodios gloriosos. En 1503, en su cuarto y último viaje a América, Cristóbal Colón relató como los teredones, como también se conoce a este molusco, habían agujereado el casco de dos de sus naves. “Mis barcos están tan agujereados que parecen colmenas”, se quejaba el descubridor.

Aliada de Drake

Pero sin duda el gran episodio de las bromas ocurrió en 1588. Una gran armada fondeaba en las tibias aguas de los puertos de España, Portugal y Francia. Durante meses, cientos de naves se agrupaban y se preparaban para atacar al reino de Inglaterra. Tan grande era la flota y tan preparada estaba que se bautizó como la Armada Invencible. Sin embargo, las aguas en las que se preparaban los barcos eran ideales para la proliferación de las bromas. Y así, poco a poco, fueron devorando los cascos de los buques. Cuando la Armada Invencible entró en combate contra las naves de Drake y Howard entre las malas condiciones meteorológicas y la debilidad de los cascos carcomidos, lo de Invencible quedó para la leyenda británica. Es fácil imaginar cómo los cañonazos ingleses atravesaban los cascos de los barcos españoles de lado a lado. Que luego Felipe II prefiriera echar la culpa al mal tiempo y negar el mérito de este molusco en su derrota tiene su lógica. A nadie le gusta ser presa de una broma de mal gusto.