Hace ya seis años del tsunami en Japón. Aquel terremoto marino que generó una enorme ola que asoló la costa nipona. Al desastre humano y material se unió el medioambiental, cuando la ola llegó a la central nuclear de Fukushima. La infraestructura no estaba preparada para semejante eventualidad. El volumen del escape radiactivo nunca se sabrá, como suele ocurrir en estos casos.

Un millón de toneladas

Y como suele suceder en estas ocasiones, las repercusiones se mantienen mucho tiempo después. En la central aún queda un millón de toneladas de agua contaminada con elementos radiactivos. El líquido que se utilizó para refrigerar la central. Ahora, el gobierno japonés ha comenzado a verter esta agua en el océano. En principio aseguran que ha sido limpiada de los elementos más peligrosos, pero los vecinos de las zonas costeras cercanas y, sobre todo, los pescadores no las tienen todas consigo. Estiman que, más allá de la contaminación de las aguas aledañas, el impacto sobre la imagen de sus productos será tan negativa que les llevará a la ruina.

Peligro de vertido incontrolado

Según los responsables, este vertido era imprescindible. Una posible rotura de los depósitos planteaba la amenaza de que la salida del agua al mar se hiciera de forma incontrolada. Y con todos los compuestos radiactivos en suspensión. Además, los depósitos estaban a punto de llenarse. Cada día se almacenan en ellos 150 toneladas de agua más que provienen de las labores de refrigerado que seis años después siguen siendo necesarias. Ahora, cada día se estar vertiendo cerca de 400 toneladas de agua al océano. Sin embargo, es un proceso que teniendo en cuenta la cantidad almacenada y la que se produce cada día, puede llevar décadas en completarse. Es sin duda una medida temporal antes de que se encuentre la solución definitiva. Si es que existe esa resolución.