No hay muchas dudas acerca de la forma en la que los humanos domesticaron a los animales. Desde el perro, hasta las especies de granja, el proceso siempre comenzó igual. Eligiendo a aquellos ejemplares que eran más mansos. Más fácilmente manejables y menos peligrosos.

Domesticar al ser humano

Ahora un biólogo evolutivo y primatólogo de la universidad de Harvard lanza una interesante teoría. El mismo proceso se dio entre los propios humanos. Es decir, que lo primero que domesticamos fue a nosotros mismos. Se trató de un paso evolutivo esencial, según Richard Wrangham. En un ambiente en le que los humanos primitivos estaban expuestos a toda clase de retos, el temperamento demasiado exaltado era una garantía de encontrar problemas una y otra vez. Es decir, con un carácter más conciliador y menos agresivo era más fácil prosperar y llegar a viejo.

Evitar a los agresivos

Junto a los procesos más o menos naturales, el otro factor que ayudó a este desarrollo fue la paulatina formación de comunidades. En estos grupos humanos, los individuos agresivo y violentos no eran especialmente bien considerados. Los más pacíficos y conciliadores tenían más posibilidades de encontrar pareja. Y por lo tanto, engendrar hijos que heredaran su predisposición a encontrar soluciones no violentas. Fue, según el biólogo evolutivo, una de las primeras pruebas de funcionamiento comunal que se dieron entre los homos sapiens. Wrangham incluso atribuye a este proceso modificaciones morfológicas. Por ejemplo, el hecho de la cara de los sapiens sea más plana que la de los neandertales y sus diferencias faciales entre hombre y mujer menores. Una vez que el hombre se domesticó a sí mismo, fue capaz de crear comunidades cada vez más grandes. Y además, de asociarse para obtener ventajas sobre otras especies. Un nuevo apunte sobre por qué los sapiens triunfaron ahí donde los neandertales fracasaron y desaparecieron.