A ver, voy a reconocer que aún no había entrado plenamente en esta década. Es cierto que estaba alargando este momento todo lo que he podido. La cosa es que me he puesto datos en el móvil. Sí, he contratado una tarifa 4G.

Así estaba la situación hasta ahora

Tengo móvil desde antes de entrar en el instituto y, obviamente, a una niña de diez años no le facilitas una tarifa ilimitada para que llame, escriba sms y se explaie usando todas las posibilidades del teléfono. Lo que sí haces, en cambio, es darle una tarjeta prepago, de las de saldo de toda la vida, de las de pagar antes de consumir y que se vaya apañando tan buenamente pueda. Ahora bien, diez años más tarde y suelta por el mundo, un mundo amplio y ancho como lo es Barcelona, y con una amplia red de amistades... Tal vez depender aún del saldo (que cargaba mi padre) y de mapas, preguntas a otras personas y esperar que nadie cambiara de opinión sin avisarme; tal vez ese no era el mejor método con el que enfrentar la vida adulta. Desde hace una semana, mi vida ha dado un giro inesperado y ha sido iluminada por una nueva manera de manejar mi teléfono móvil. Su nombre, inconfundible, tarifa de datos de 2,5 GB a velocidad 4G. Y todo ha cambiado.

Sobresaturación de conexión

Primero, la conexión. Dicen que hoy en día todo el mundo está conectado y a cantidades de sobredosis. Esa misma ha sido la sensación que a mi me ha dejado. De repente, estaba localizable en cualquier momento y, aunque intrínsecamente no sea malo, eso me empujaba a estar pendiente y conectada constantemente, con tal de poder prestar atención a todo lo que ocurriera vía Internet.

La vida es un poco más sencilla

Segundo, la comodidad. Sí, es cierto. Ha habido una mejora en la calidad de vida, una subida de nivel. Ahora no tenía miedo a perderme, pues sabía que podía acceder fácilmente al Maps; no tenía miedo de no encontrarme con una amiga, pues podía mandar un mensaje y concretar. Muchos de mis pequeños problemas cotidianos han desaparecido y han dejado paso a un concepto mucho más relajado de relacionarse con el mundo, en el que todo puede volver a su cauce a través de unos pocos comandos en el móvil.

El placer de saberte en comunidad

Tercero, le he perdido miedo a la tecnología. Últimamente, el alarmismo está a la orden del día: siempre conseguimos convertir todo en nuestro enemigo. Es por eso que yo misma creía que la conexión 4G y variantes no conseguía nada más que sacar de nosotros lo peor, creando las típicas estampas de personas ignorándose mutuamente o de postureo innecesario. En cambio, no solo ha mejorado mi calidad de vida, sino que también me ha permitido experimentar una realidad, la mía, la de las redes sociales, de una manera muy distinta, pues ahora podía enseñar lo que hacía in situ. No significa que tenga que estar pendiente y conectada todo el rato, pero sí he aprendido a valorar más el instante, a valorar aquellas imágenes que solo tienen sentido si las compartes en un momento determinado. He alcanzado nuevas texturas en mi manera de relacionarme con el resto del mundo, de la gente como masa que conforma mis redes sociales, a las que le doy bastante importancia. Por ejemplo, uno de los aspectos más importantes para mí ha sido poder compartir imágenes a través de Facebook o Instagram, como atardeceres o tazas de café. En conclusión, los datos han tardado en llegar y eso está bien, pues me han permitido crecer y aprender a comunicarme sin la necesidad de la intervención de una pantalla. Pero ahora me encuentro en un momento de mi vida en el que le doy importancia a la comunicación posible en cualquier momento. Imagen en CC de Jan Vasek de Pixabay