No se trata de abrazar, ni siquiera de hablar. Se trata de estar. Un atentado, un accidente de coche, el siniestro de Angrois del que el pasado día 25 se cumplieron cuatro años, pero también infartos, mujeres que han sufrido un episodio de violencia o suicidios. Son escenarios extremos, dantescos, en las que actúan los psicólogos de emergencias. Tienen el denominador común de constituir situaciones repentinas e inesperadas, con distinto alcance en función de su naturaleza o el número de afectados, que los clasifican en emergencias, crisis, accidentes o desastres, según el criterio de Protección Civil en España, utilizado por el del Grupo de Emergencias del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, creado a raíz de la inundación del campamento de Biescas.

Reacciones imprevisibles

Las reacciones de las víctimas de estas situaciones (quienes las sufren, quienes las presencian, quienes se ven afectados por ellas) pueden ser muy distintas, hasta imprevisibles: llantos, gritos, ataques de pánico, temblores... El psicólogo de emergencias está ahí para animarlas a expresarse libremente, sea cual sea ese impulso, sin juzgar, sin reprimirse. Su radar de acción alcanza también a las personas que, en un segundo momento, se enteran de lo ocurrido, de lo que ha causado el impacto emocional. Lo más difícil, comunicar este tipo de noticias a los más débiles: niños, enfermos, ancianos…

Creencias al margen

Las creencias religiosas, ideológicas o espirituales pueden jugar un importante papel en estos escenarios para quien los sufre, pero no deberían condicionar la actividad de los profesionales que atienden a éstos, que más bien deberían procurar que, sobre todo las personas menos familiarizadas con la muerte, la enfermedad o las pérdidas materiales, las aceptasen de una manera lo más estoica y natural posible. Aceptación, esa es la clave, pero sin cohibir la expresividad.

Tres años para superar un duelo

Estos primeros auxilios psicológicos tienen una duración variable. Pueden finalizar en el acto que ha motivado la intervención (por ejemplo, un suicidio) o pueden prolongarse durante días (con la reconocimiento de cadáveres, recolección de objetos funerales). Cada fase requiere acompañamiento y aceptación. ¿Y después, una vez que el paciente está solo? Debe intentar vivir su duelo con su naturalidad, en una sociedad, la nuestra, que lo rechaza profundamente. Hasta ir de manera regular al terapeuta, a lo Woody Allen, está mal visto. Superar la pérdida de un ser querido suele llevar unos tres años. El primero, se reviven todas las fechas importantes con su ausencia. El segundo, uno empieza a darse cuenta de que esto es definitivo, que esa persona ya no volverá. El tercero, se empieza a remontar.

El cuidador cuidado

¿Y cómo afecta al psicólogo de emergencias su trabajo, esas derivas emocionales a las que asiste? Hay quien dice que su labor le regala vida, que aprende y toma conciencia de que nuestro paso por el mundo es finito, de lo importante de relativizar las cosas en su justa importancia. Pero, incluso los más optimistas, ventilan, hacen terapia con los propios colegas de profesión para evitar que las desgracias ajenas en las que se han visto envueltos calen en ellos en exceso.

Calamidades como sociedad

Como sociedad, a veces, también deberíamos hacer estas terapias, en momentos como las conmociones que se producen a raíz de acontecimientos desgarradores que se emiten en los medios de comunicación. Por ejemplo, la terrible foto del pequeño niño sirio Aylan Kurdi, ahogado en la orilla de una playa turca, que provocó un desgarro colectivo. Ese drama, el de los refugiados, entra en la categoría de calamidad. Muy a menudo se nos critica desconectar colectivamente de este tipo de fenómenos, pero sería insoportable vivir cada momento teniendo presente todos los males del mundo, por lo que los expertos suelen recomendar afrontarlos colectivamente de manera constructiva, desde la solidaridad o la resolución de conflictos, y no solo regodearse en el drama.