Los ochenta no se entenderían sin él. Sin su tupé pelirrojo y sus bailecitos simplones. Sin su vozarrón impropio de su aspecto frágil y sus dos temazos que arrasaron durante los últimos años de la década. Rick Astley marcó una época, cuando los estilos musicales eran compartimentos estancos. O le odiabas o le adorabas.
50 años marcados en el rostro
Ahora, Rick Astley vuelve. Con 50 años y un aspecto más duro que su look moñas de hace 30 años. Las cicatrices de una vida entre las alturas y las profundidades del éxito. Porque Astley ha estado en todos los sitios.
Quizá no literalmente. Cuando estaba en lo más alto, cuando el público de todo el mundo quería verte, él no podía. Su pánico a volar le impedía realizar las giras mundiales que su fama global reclamaba. Este miedo, seguramente síntoma del peso de la fama, le paralizó hasta el punto de hacerle abandonar la música en 1993 con solo 27 años.
Había vendido cuarenta millones de disco y fijado el imbatido récord de tener ocho singles en el topten británico. Pero tan solo una década después era un recuerdo que se recuperaba con cierta sorna.
El primer regreso
A principios del siglo XXI, dos nuevos trabajos de Astley vieron la luz. Pero nada era igual. Ni en la música ni en el mundo. Ahora le respondía la indiferencia de un público más curtido, que necesita carnaza para emocionarse. Ya no calaba su tono melancólico hasta en lo festivo.
Ahora vuelve a intentarlo con 50, un disco denominado como el medio siglo que cumple este año. Otra década ha pasado desde su último disco y él ha decidido tomárselo con filosofía. Tocar en pequeñas salas y convertir las actuaciones en celebraciones de aquella época en la que su público eran chavales despreocupados.
Y él lo sabe. “No me importa tocar aquellos viejos temas. La gente que viene a verme lo hace para oír esas canciones. Y si he vuelto es por ellos”, admite.
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