¡Por fin es viernes! En condiciones normales ya has acabado de trabajar o te queda poco y te dispones a disfrutar de tus dos días libres, después de haber trabajado cinco. Ahora que lo decimos. Cinco días de trabajo contra dos días libres no parece una proporción muy justa. ¿Por qué no se impone la semana de cuatro días laborables?

No estás solo

¿A que suena mucho mejor? Bueno, piensa que no estás solo en ese pensamiento. De hecho, puede que la mayoría opinen así. Pero lo relevante, como siempre, es la opinión de los expertos. Y no lo vas a creer, pero ¡están de acuerdo! Porque la división actual de la semana tiene más de cien años, cuando los luchadores por los derechos de los trabajadores consiguieron que hubiera dos días de descanso remunerado (sí, puede ser peor). Pero las cosas han cambiado mucho desde entonces y ahora, la semana de cuatro días se abre camino en las mentes pensantes.

Todo son ventajas

Son muchas las ventajas que ven a esta nueva estructuración del tiempo de trabajo. La principal es que más días laborables no significa mejor ni mayor trabajo realizado. Más bien al contrario. El ritmo de vida actual hace que lleguemos muy cansados al final de la semana y que dos días sean realmente muy poco para desconectar. Los expertos están convencidos que la semana de cuatro días mejoraría ostensiblemente el rendimiento de los empleados. Una semana de cuatro días además reforzaría eso tan cacareado de la conciliación. En los países occidentales, donde el crecimiento, o decrecimiento, vegetativo es tan preocupante, un día más para disfrutar de la familia podría ser el mejor aliciente para invertir la curva demográfica.

Mejor para la naturaleza

Y otro elemento muy importante para este cambio radical sería el relacionado con el medioambiente. Un día menos de traslados a la oficina, de servicio de transporte escolar y de empresas abiertas, significaría una reducción considerable de emisiones a la atmósfera. En una sociedad cada vez más conectada, donde la presencia ya no es sinónimo de productividad y con una oferta de ocio cada vez mayor y más asequible, la imposición de la semana de cuatro días ya no parece el capricho de los trabajadores vaguetes, sino una aspiración justa y racional.