Es fácil pensar que todo esto de la sostenibilidad, del cuidado en el consumo de los recursos y la conciencia ecológica es algo moderno, fruto del desgaste que la era industrial y la superpoblación está teniendo sobre el planeta. Pero no es así.

Una ciudad sagrada

Nada menos que hace 5000 años ya existían pueblos con una clara preocupación por el entorno y por crear ciudades sostenibles. Es el caso de la ciudad sagrada peruana de Caral, al norte de Lima. Los habitantes de este enclave preincaico ya eran conscientes de la importancia de reutilizar materiales, aprovechar la energía del viento y del sol y emplear con criterio el agua para no despreciarla. Son los hallazgos que ha realizado la arqueóloga Ruth Shady y su equipo y que ha publicado en el informe La ciudad sagrada de Caral. Modelo sostenible: gestión ambiental y riesgo de desastres. Este informe expone cómo los habitantes eligieron el enclave del asentamiento con el objetivo de que tuviera un acceso fácil a los recursos y plantearon el desarrollo de la urbe con la función de no depredarlos. El sitio elegido se ubicaba por encima del cauce del río Supe, rodeado de cerros, con buena irradiación solar, poca lluvia y vientos moderados.

Aprovechamiento racional de los recursos

Desde esta cuenca pudieron en marcha un manejo territorial con criterios absolutamente sostenibles. Establecieron los centros urbanos sobre terrazas fluviales, por encima de las tierras productivas, para evitar inundaciones y garantizarse el acceso fácil a las cosechas. Estos centros urbanos estaban cerca de espacio excavados para aprovechar el agua de la capa freática. Crearon instituciones para asegurar el uso óptimo del agua y establecieron una red con otros pueblos para el intercambio de bienes como el algodón, el pescado seco y otros productos exóticos en la zona, lo que los hacía menos vulnerables a sequías, terremotos o inundaciones. El centro de todos estos enclaves era la ciudad de Caral. También se tuvieron en cuenta criterios sostenibles en la construcción de las viviendas, nivelando el suelo y haciendo las paredes de quincha, un armazón entretejido de troncos, cañas y fibras flexibles recubierto de barro, que le permitía resistir mejor los terremotos al no quebrarse ni derrumbarse. Los materiales empleados no salieron de los bosques ribereños, si no que emplearon palos viejos y utilizados en otras edificaciones. De esta manera evitaban que las crecidas del río anegara toda la zona, pues el agua era retenida por el bosque.

Llamas rituales

En cuanto al consumo de recursos, el agua del río se empleaba en los cultivos, mientras que el de consumo humano se extraía de manantiales acondicionados cerca de los núcleos urbanos. También aprendieron a usar el viento para mantener vivas las llamas rituales, construyendo túneles por los que circulaba el aire. “Todo lo que estamos aprendiendo en Caral no es solo importante para comprender esta civilización, si no que nos va a ayudar en el momento de analizar pueblos posteriores”, ha declarado Marco Antonio Bezares, uno de los responsables de la excavación.