“Cada hombre, cada mujer, lleva en el corazón y la mente la imagen de su lugar ideal, el único y verdadero hogar, conocido o desconocido, real o imaginario", dice Edward Abbey en El solitario del desierto, un clásico de las letras estadounidenses que acaba de editar Capitán Swing. Para él, ese paraíso es el Parque Nacional de los Arcos, ubicado en un desierto al sur de Utah, a lo largo del Río Colorado. Un asombroso lugar situado sobre un depósito de sal, cuyo paisaje se ha ido formando durante millones de años, apuntalándose arcos de piedra y arenisca natural. El más conocido y fotografiado, el Arco Delicado. El espoacio se convirtió en parque nacional en 1971, aunque previamente, en 1906, se había declarado monumento nacional.

El amor del guardabosques

Allí trabajó como guardabosques Abbey -¿respetaríamos en España a un escritor que antes hubiera sido guardabosques, o es otra de las cosas que nos diferencia de los estadounidenses?-, antes de que pavimentaran las carreteras; antes de que se acumulara la basura y las latas de cerveza, colillas, botellas o pañuelos; y antes de que llegara el turismo masificado y la especulación. El solitario del desierto es el diario de la experiencia de Abbey en aquel parque, una voz que predica en el desierto, a favor de un desierto. Es un lamento amargo por lo que se ha perdido y perderá en los parques nacionales estadounidenses, narrador de historias pero también propuesta de ideas para recuperar lo añorado. Edward Abbey (1927-1989), un escritor ramificado de la generación beat, conocido sobre todo por La banda de la tenaza, dedicó sus escritos a la parte sureste de Estados Unidos, inspirándose su propia biografía como trabajador y activista ambiental.