Puede que las investigaciones científicas que persiguen aumentar la longevidad del hombre, y hasta su inmortalidad, tengan que rebajar sus expectativas. Un estudio que el Albert Einstein College of Medicine de Nueva York ha publicado estos días en la revista Nature indica que hay límites genéticos a esta prolongación, y hay muy pocas probabilidades de que un ser humano viva más de 125 años. Para la investigación, que dirige Jan Vijg, se han analizado datos de natalidad y de mortalidad de la Base de Datos de Mortalidad Humana de más de 40 países, y se ha concluido que en una generación el número de personas de más de 70 años aumenta de año en año, pero sólo hasta un punto determinado. Y en el caso de los datos de personas de más de 100 años, ese crecimiento es porcentualmente mucho menor. También se han cotejado analizaron los datos de edad máxima de Francia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos, y el resultado es que desde los años 90 del siglo pasado la edad máxima, que se situó en los 115 años, no ha retrocedido. Valorando el acopio de datos, los investigadores determinaron que con gran seguridad los 125 años son el límite máximo para la longevidad humana. La posibilidad de que en un año determinado alguna persona en el mundo supere esa edad es, señalan, de menos de 1 por cada 10.000.

Críticas

Sin embargo, el director fundador del Instituto Max-Planch para la investigación demográfica de Rostock, James Vaupel, es crítico con este estudio, y cree que no aporta nada a la comprensión científica de cuánto vive el ser humano. A su juicio, la investigación tiene un problema de fuente, de uso selectivo de datos, y saca conclusiones parciales que no se sustentan con los datos. En su opinión, este tipo de estudios se publican porque a mucha gente le parece real que el margen de longevidad máxima no pueda aumentar mucho más, pero no cree que haya ningún indicio de la existencia de un límite máximo de edad, y en el pasado los límites se superaron una y otra vez. Es más, su equipo está convencido de que los avances en la lucha contra las enfermedades infecciosas y crónicas pueden hacer aumentar la esperanza de vida media, pero no la esperanza de vida máxima. La persona más longeva hasta el momento fue la francesa Jeanne Calment, que murió en 1997 a los 122 años.