Mel Blanc. Ese fue el hombre que puso voz a Bugs Bunny, y a cerca de otros 1.400 personajes de dibujos animados, confiriéndoles con ella toda una personalidad: el Pato Lucas, el Pájaro Loco, el gato Silvestre, el cerdito Porky, Pablo Picapiedra, Piolín… En enero de 1961, en la cresta de la ola de su carrera, este actor de doblaje sufrió un accidente de coche en el Sunset Boulevard de Hollywood, que le causó una triple fractura en el cráneo, por la que entró en coma. Estuvo tres meses en estado vegetal. El caso fue tremendamente mediático, y el público no dejó de enviarle a Blanc mensajes de cariño, mientras él, desde las tieniblas del coma, no respondía a los estímulos a los que lo sometía el equipo médico que lo atendía. Entre esos estímulos, según explicaría posteriormente el propio Blanc en sus memorias (“That’s not all folks!“) se incluía que los médicos e incluso la familia, para que resultara una voz más cercana, le hablaran. Así fue, hasta que uno de ellos tuvo la que resultó una gran idea: en lugar de dirigirse a Blanc, se dirigirían a Bugs Bunny.

El conejó contestó

Y sí, el conejo respondió. Es decir, Mel respondió, pero con la voz de Bugs Bunny, razonando como Bugs Bunny. Según entendieron quienes lo trataban, se había activado un área de su cerebro que correspondía a la creatividad, un clavo ardiendo al que aferrarse en la recuperación. Y poco a poco, Mel despertó. La neurociencia ha estudiado el caso posteriormente. Lo han analizado doctores de renombre como Orrin Devinsky, Director del Comprehensive Epilepsy Center de la Universidad de Nueva York. Blanc se recuperó. Siguió trabajando, creando voces y agradeciendo a Bugs Bunny que le hubiera salvado la vida. Vivó hasta 1989. Y dejó encargado que su epitafio, en el Hollywood Forever Cemetery, fuese, por supuesto “That’s all folks!”.