Es probable que a estas horas haya unos cuantos suecos tirándose de sus rubios cabellos. Miembros de la Real Academia Sueca de las Ciencias corriendo como locos de un lado a otro. Es fácil imaginarse la escena. Todos expectantes alrededor de uno de ellos que no se despega del teléfono, marcado una y otra vez el número de Bob Dylan. Al menos el que nos han pasado. ¿Nadie tiene otro número? El del representante, su mujer, su hijo, una vecina que pueda avisarle. No sé, ¡alguien!

Un hippy millonario

A pocas cosas puede tenerle más miedo un académico sueco que al ridículo. Resulta que, tras arduas discusiones, llegaron a la conclusión de que dándole el premio Nobel de Literatura a Bob Dylan lo iban a petar. Que relanzarían el premio otorgándoselo a una figura de fama mundial. Al mismo tiempo se quitarían la etiqueta de estirados, porque no nos engañemos, Bob Dylan puede ser multimillonario, pero a ojos de una académico sueco sigue siendo un hippy. Y para finalizar se hacían los modernos y los transgresores dándole el premio a un músico. Y al final resulta que les ha salido el tiro por la culata. Primero por la polvareda que se levantó. Hasta artículos de opinión en New York Times han dudado de la pertinencia del premio a la figura de Dylan. El mundo de la cultura, el mundo en general, se ha dividido a favor y en contra. Quién nos mandaría meternos a nosotros. Si cuando le dábamos el premio a perfectos desconocidos para la mayoría, nadie decía ni mú. Ni una palabra sobre la calidad de Tomas Tranströmer o de Wisława Szymborska. Además, ayudábamos a ponerlos en estanterías de todo el planeta. Todo el mundo contento. Pero con lo de Dylan nos han dado por todos lados. ¡Hasta comunistas nos han llamado!

Recuerda a Sartre

Pero espera, que lo peor está por llegar. Ahora resulta que el tipo no aparece. Ni para dar las gracias. Vamos, ni para coger el maldito teléfono con el que llevamos más de una semana intentando decirle que ha ganado el Nobel. Por si acaso ha estado este tiempo en una cueva de Afganistán y no se ha enterado. Pero espérate, Olaf, que puede ser peor. Recuerdas lo que pasó en 1964, ¿no? Cuando el bizco de Sartre nos escribió que ni se nos ocurriera darle el Nobel como se rumoreaba. Y nosotros, medio por pereza de volver a votar, medio por hacer la gracia, humor sueco, fuimos y se lo dimos. Y claro, el tipo nos los echó a la cara. Menuda vergüenza. Pero al fin y al cabo, Sartre hablaba bien e iba con su traje impecable, más o menos. Pero como ahora, un tipo con el sombrero arrugado y pelo de loco nos rechace… Eso si primero nos coge el teléfono, Sigurd…