Tras el estupor causado por el resultado -- el "no" ganó por cuatro décimas--  que ninguna encuesta había ni siquiera intuido el referéndum que debe confirmar la paz en Colombia con la inclusión de la guerrilla en el juego político deberá ser re-escrito y el consenso en su favor, retocado para que gane.

En estos momentos, tal parece ser la nueva senda disponible: el presidente Santos y las FARC ("Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia") hicieron con toda rapidez declaraciones positivas al respecto: el gobierno, convocando a todas las fuerzas políticas y sociales para revisar el texto y buscar un consenso y la guerrilla haciendo saber que mantiene el alto el fuego, tenido por "definitivo" y que da por definitiva su opción por la inclusión pacífica en la vida política nacional.

Con todo, la sorpresa causada se tiñó de una nota de pesimismo y fue juzgada -- tal vez equivocadamente -- como una  señal de que la división social confirmada por el plebiscito es algo inseparable del latido del país, aparentemente decidido a mantener el insostenible statu quo creado por 52 años de violencia, un periodo tan largo y tan enraizado que ha llegado a ser una categoría política que mereció la mayúscula. la "Violencia". Pero tal cosa, con toda probabilidad, no sucederá.

El presidente de Colombia Juan Manuel Santos saluda antes de votar en Bogotá. EFE

Realismo de las partes

Más allá de la juiciosa y rápida decisión del presidente de mantener vivo el proceso y describir de hecho al referéndum como un inesperado pero manejable problema, es de retener en este instante el comunicado que las FARC hicieron con una rapidez que ahorra comentarios: mantendrá sin condición alguna y sin límite de tiempo el completo alto el fuego... una prueba  de su disposición a preservar su logro central (su incorporación a la vida político-institucional del país) y una prueba de realismo que habla en su favor: nunca podrá ganar la guerra en términos militares porque la Colombia de 2016 no es la Cuba de 1957.

Por lo demás, el gobierno y los poderes del Estado, y eso incluye a los partidos de la oposición y, singularmente al ex-presidente Alvaro Uribe, enemigo central del acuerdo, deberán reexaminar sus posiciones. A día de hoy la campaña por el no es un modelo de cómo se puede alterar poco a poco y con éxito final lo que en las últimas semanas parecía un seguro triunfo del sí. De hecho hasta los últimos sondeos daban unos cinco puntos de ventaja al campo defensor del acuerdo.

Tal vez no es aventurado sugerir dos explicaciones al menos parciales al inesperado triunfo del no: a) la entrada a fondo en campaña del ex-presidente Andrés Pastrana, quien tal vez no ha podido olvidar el desdén final con que las FARC tomaron en su presidencia (1998-2002) su Plan de Paz, menos ambicioso y más gradual que el ahora derrotado, pero que tuvo también un sostén social considerable y fue finalmente saboteado por la insurgencia que, además, lo instrumentalizó en su favor; b) la arriesgada decisión del presidente Santos de convertir la firma del alto el fuego en Cartagena de Indias solo una semana antes en una solemne ceremonia de resonancia internacional (asistieron entre otras personalidades el rey de España y el Secretario General de la ONU)... que daba tácitamente por segura la confirmación del acuerdo por el pueblo colombiano, cuando estaba pendiente de su soberana confirmación.

Nada está perdido

 Hay sin embargo, margen para el arreglo del desaguisado. Es de subrayar que con una rapidez fulminante tanto el presidente Santos como el líder de las FARC, Rodrigo Londoño ("Timochenko") hicieron saber que mantienen el alto el fuego. Se da por seguro que Londoño, quien primero hizo el anuncio, hizo saber al gobierno que haría tal afirmación para permitir al presidente hacer su propio anuncio, que habría sido imposible sin la declaración de los insurgentes.

Así, pues, la paz es un hecho irreversible... hasta cierto punto, porque hay ciertos grupúsculos en la insurgencia no tan entusiastas con la paz como Timochenko y otra guerrilla menor, pero no del todo irrelevante, el "ELN", no afectada por el proceso y que podría instumentalizarlo en su favor, aunque hay indicios de que, al contrario, buscaría acercarse a la corriente pacificadora en alza.

La situación, pues, puede ser paradójica: una paz absoluta, en su primera dimensión de completa ausencia de violencia y rechazado el arreglo político negociado para lograr  la inserción de las FARC, disueltas y pidiendo perdón,  en la política  constitucionalmente protegida.

No es difícil pronosticar que "se parará el reloj" antes de tomar decisiones irreversibles y se renegociará la parte del acuerdo que el campo uribista no acepta tal y como está redactado: el que denota, según los adversarios del acuerdo,  un perfume de amnistía general encubierta, aunque no sea tal.