Teresa de Calcuta y Juan Pablo II son solo dos de los últimos Santos proclamados por Bergoglio, pues este papa lleva ya la friolera de 841 canonizaciones (815 en un solo y glorioso día), con lo que ha destrozado el anterior récord de Juan Pablo II (482). En Beatos sigue por delante este último, con 1.330 por solo 764 de Bergoglio, pero denle calendario a Jorge Mario.

Los Santos y Beatos más mediáticos, como los dos citados antes, o Juan XXIII, Álvaro del Portillo (el sucesor de San Josemaría al frente del Opus), etc., han llegado a los altares gracias a que, ya muertos, realizaron milagros. Se dice que la Iglesia católica es muy estricta para reconocer estos hechos prodigiosos, y de hecho Bergoglio acaba de aprobar una reforma de las reglas del Vaticano para su aceptación. Veamos hasta qué punto es estricta o no.

La gran mayoría de los milagros actuales son curaciones de enfermedades graves (van quedando atrás los fenómenos aparatosos de la naturaleza, salvo para algunos, como los alcaldes líbranosdeterremotos), y es la “Consulta Médica de la Congregación para las Causas de los Santos” la que debe certificar que una curación es un hecho inexplicable para la ciencia. Una vez garantizado esto, la Iglesia asegura que la curación solo pudo ocurrir por una intervención divina, mediante intercesión del difunto invocado. Bien, pues el cambio más significativo aprobado por Bergoglio es que deben apoyar el milagro 5 de los 7 miembros de la Consulta, mientras que antes bastaban 4. Lo que no cambia es que si a la persona candidata, que debió vivir las virtudes cristianas “en grado heroico”, se le asigna un milagro, se la declara Beata, y Santa si consigue dos.

Puesto que en todo este asunto se mienta a la ciencia, ¿hay problemas con ella? Como hemos visto, los milagros católicos se definen como hechos que la ciencia no puede ni podrá explicar nunca. Es decir, no se trata de hechos inexplicados, sino inexplicables por mecanismos naturales. Pero resulta que el trabajo de la ciencia es, precisamente, explicar todo lo que ocurre en el mundo natural por causas no menos naturales. De modo que los milagros niegan radicalmente a la ciencia, son anticientíficos por definición eclesial. Hay que reconocer que hay, por supuesto, muchos hechos aún inexplicados por la ciencia (aunque son, conforme esta avanza, cada vez menos, dejando menos trabajo al Dios tapa-agujeros, el increíble Dios menguante), pero ¿inexplicables?

Milagros bajo sospecha

Pues sí, los “peritos médicos altamente especializados” insisten en que sí que hay curaciones inexplicables, pero no han aportado pruebas suficientes de un solo caso. En general, ni insuficientes; yo mismo pedí hace más de tres años al Vaticano, como profesor universitario de ciencias, la documentación sobre los milagros de Juan Pablo II, y aún estoy esperando. Por otra parte, ¿saben esos peritos que las curaciones espontáneas de graves enfermedades están descritas en la literatura médica?, ¿y que cuando se desconocen las causas de esas curaciones la ciencia no corre al altar más próximo, sino que se enfrenta a un tema apasionante de investigación, por la posibilidad que se abre de nuevos mecanismos de curación? El crecimiento de una pierna amputada, una resurrección, si se probaran, sí que serían sucesos dignos de tenerse en cuenta, pero, ay, ¿dónde están probados hechos así? (Si alguien está pensando en el milagro del “cojo de Calanda”, sepa que a veces, contra el refrán, cuesta más pillar a un mentiroso que a un cojo, pero el de Calanda está pillado).

La gente informada y sensata no defiende ya la mayoría de los milagros bíblicos del Antiguo Testamento, realizados por ese Dios cabreado y genocida (con ese Dios, ¿para qué hacía falta el Diablo?) común a cristianos, judíos y musulmanes. Pero el Catecismo de la Iglesia católica sigue hablando de episodios como el de Adán y Eva como si hubieran sido reales. Por supuesto, los católicos obedientes también dan credibilidad a los principales milagros del Nuevo Testamento, pues si no, ¿en qué se quedaría su religión? Así que ahí tenemos a Jesús convirtiendo el agua en vino, caminando sobre las aguas… y finalmente resucitando.

¡Resucitando! Si alguien le dijera “he visto a Juan Pablo II resucitado”, ¿lo creería sin más pruebas? Claro que no (si no está tocado del ala), ya repetía Carl Sagan que “afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias”. Bueno, pues no hay más prueba de la resurrección de Jesús (y del resto de sus milagros) que unos escritos proselitistas y autocontradictorios.

En definitiva, podemos asegurar que nunca se ha probado un milagro, ni antiguo ni moderno. Lo que, por cierto, contribuye a que sea tan escandaloso el que en la escuela unos “profesores” (los catequistas) pagados por el Estado les vengan a los niños con historias “verídicas” de milagros que contradicen lo que están aprendiendo en las clases honradas, como las de Física, Química y Biología.

Volvamos con nuestros Santos y Beatos. Supongamos que, a pesar de lo dicho, se hubieran probado los milagros atribuidos a, por ejemplo, Juan Pablo II. Me pregunto cómo demonios (con perdón) se le pueden atribuir; recordemos que el hombre estaba muerto. Cuando una monja afirma que ella y sus compañeras le rezaron al difunto papa durante meses, y se concluye que por eso se curó de su (supuesto) Parkinson… ¿se puede asegurar que las monjas en todo ese tiempo le rezaron en exclusiva a JPII, que no se le escapó a ninguna ni un rezito a otro ser de currículum milagrero contrastado, como Cristo, la Virgen o el mismo Dios? Vaya unas monjas de rezopiñón fijo, ¿no?

¿…y la decencia?

En fin, los Beatos y Santos sustentados sobre milagros se nos vienen abajo. Recomendaría modestamente a la Iglesia que evitara el conflicto irresoluble con la ciencia sosteniéndolos solo con aquello de las “virtudes cristianas heroicas”. De esta manera, si hay problemas porque algún Santo protegió (en vida, digo) a pederastas, y se opuso a los condones, aunque eso pudiera conducir a la muerte de miles de personas, o si hay quejas por la manera en que otra Santa puso su gloria personal por encima del cuidado de los enfermos, y en ese plan, esos problemas y quejas ya no son cosa de la ciencia.

Como tampoco hay ningún conflicto con la ciencia en que la Iglesia (en particular, con el tan aclamado, por buenísimo y progrérrimo, papa Francisco) no pare de beatificar a “mártires de la guerra civil española”, que hasta 522 achuchó Bergoglio a los altares en un día (otro récord, consumado en Tarragona en 2013). El teólogo católico José María Castillo ve una clara intencionalidad política en las canonizaciones, y añade que “donde mejor se conoce la Iglesia que se quiere, es en el modelo de santos o beatos que se canonizan o se beatifican”… y en el modelo de los que no. Pues fíjense en que todos los “mártires de la guerra civil” beatificados por Bergoglio y sus antecesores son, vaya por Dios, del mismo bando, el fascista. Esta casi milagrosa coincidencia y aquellas conductas más bien poco misericordiosas podrán ser muy miserables, pero no plantean, como digo, conflicto alguno con la ciencia, así que ya es cosa del lector decidir si lo tienen, según su conciencia, con una mínima decencia.