De todos los titulares de la prensa que informan de la “Diada” de este año me quedo con el de El Periódico de Catalunya: “Diada más plural y menos multitudinaria. Impacientes. El independentismo se moviliza ante la incertidumbre que rodea al “procés””. Antetítulo, título y subtítulo expresan a la perfección lo ocurrido este 11 de septiembre en Catalunya.

Por quinto año consecutivo se ha celebrado una gran manifestación de carácter inequívocamente independentista en Catalunya. Pero esta ha sido una manifestación más plural, con cinco concentraciones simultáneas en Barcelona, Lleida, Tarragona, Salt y Berga, con otras manifestaciones de carácter más soberanista que independentista, y sin duda alguna con un número de participantes bastante más bajo que en las cuatro convocatorias anteriores, pero multitudinarias, con centenares y centenares de miles de manifestantes.

Lo más relevante de esta “Diada” es el sentimiento de impaciencia que expresaban muchos de los manifestantes. Nada más lógico que esta impaciencia después de tantos años seguidos de acumulación de tensión emocional, cada año a la espera de que de verdad sea la última “Diada” antes de la independencia.

De esa tan lógica impaciencia viene la incertidumbre que cunde cada vez más en todo el movimiento independentista. Una incertidumbre que explica tanto la notable reducción del número de manifestantes como la expresión de su propia pluralidad interna, con algunas disensiones cada vez más evidentes.

Incertidumbre, desconcierto, decepción y frustración son unos sentimientos cada vez más perceptibles entre muchos de los asistentes a las manifestaciones secesionistas.

Sabiendo que la resiliencia es, en psicología, la capacidad para superar circunstancias traumáticas, es incuestionable la resiliencia que ha demostrado hasta ahora el movimiento independentista. Pero también es incuestionable que la incertidumbre se extiende cada vez más, en la misma medida que se comprueba que nada cambie y, lo que sin duda es más grave, parezca que nada vaya a cambiar en el futuro.

La impaciencia colectiva tiene riesgos muy graves. Esta impaciencia, unida a los sentimientos ya mencionados de incertidumbre y desconcierto, de decepción y frustración, puede acabar generando un estallido de consecuencias imprevisibles.

Unos y otros deberían intentar poner remedio a esta situación. Por mucho que haya descendido el número de manifestantes independentistas, siguen siendo muchos. Muchísimos. Yerran por completo quienes desatienden su clamor. Se equivocan también los que siguen incitándoles a seguir una hoja de ruta que saben muy bien que es errónea y que no tiene posibilidad alguna de conseguir su objetivo final.

La impaciencia de ahora puede dar paso, en el momento menos pensado, al definitivo final de la paciencia. ¿Quién asumirá entonces lo que pueda ocurrir, con todas sus consecuencias políticas, jurídicas, económicas, sociales e institucionales?