Nos sentamos con unos cuantos niños a enseñarles inglés. Con el típico libro de ilustraciones y palabras. Nos sorprende cuando aparece un Peacock. En español, un Pavo Real. Todos ríen y lo señalan. Se miran entre ellos y dicen palabras en kurdo que, por supuesto, no comprendemos.

Pasadas las horas la anécdota cobra sentido. Los yadizíes veneran ese animal. Estamos en “su” campamento, una fracción del campamento de Katsikas desde principios de julio. Un edificio en cierto modo aislado de la civilización griega, en condiciones ruinosas, en el que viven 234 personas. Se distribuyen en los diferentes espacios, compartiendo salas entre familias y sacando los colchones a zonas exteriores para poder dormir. Se asean en una fuente improvisada, donde tanto se lavan los dientes y la cara, como friegan los cacharros en una palangana.

Los niños reciben a los voluntarios con abrazos, esperando juegos y clases. Los padres y ancianos se pasean controlando e invitándonos a tés.

Los yadizíes son una minoría religiosa, cuyo origen se remonta al año 2.000 a.C. y es heredera del zoroastrismo persa. Creen en los siete ángeles en los que Dios confió el mundo, entre ellos el llamado Melek Taus, el ángel caído que representan con la figura de un pavo real. Fue la religión oficial de los kurdos hasta que la islamización obligatoria provocó la disminución de sus fieles.

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Salieron de Irak en 2014, tras un ataque fulminante del ISIS, en el que se decapitaron a alrededor de 5.000 hombres y niños y desaparecieron más de 7.000 mujeres y niñas.

Consiguió huir Layla, una adolescente tímida de 14 años, fan de Cristiano Ronaldo, que me cuenta cómo en el trayecto hacia Turquía quedó agotada de caminar de 6 de la mañana a 6 de la tarde, y eso que no llevaba nada encima, lo dejó todo en casa. El momento en el que pasó más miedo fue en el mar. "Éramos muchos en una barca pequeña". Layla devora libros en inglés, aunque sean infantiles. Ha aprendido el idioma en los tres meses que lleva en Grecia. Se lo pasaba mejor en el campo turco, porque tenía más amigas. Pero no quiere volver a Irak, "está el Daesh que nos mata". Aquí vive con su abuela, sus tíos y un hermano. Sus padres han conseguido llegar a Alemania. "Están bien, en una casa, hablo con ellos a menudo".

A los yadizíes se les trasladó del campo de Katsikas porque una mañana apareció una pancarta en el que se les amenazaba de muerte. Se ha dado por supuesto que se trató de una broma de mal gusto, fruto de la diversidad religiosa y étnica entre los diferentes grupos, pero se levantó la desconfianza y el temor. Desde entonces ellos tampoco quieren volver con el resto de refugiados.

Un matrimonio de poco más de 20 años, padres de trillizos de ocho años, nos invita a comer. Comparten con nosotras sus packs de medio día, repartidos diariamente por el ejército. No les gustan demasiado. Y sinceramente, esa comida está bien mala. Comparten también sus zumos, leche y agua. Comparten sus sonrisas y gestos de cariño, lo más preciado que hoy poseen.