Los tiempos también cambian incluso para quienes hasta hace poco eran dioses, como el emperador de Japón; para los que son reyes todavía por la gracia de Dios, como los de España; o son directamente representantes de Dios en la Tierra, como los papas. El cambio es tan sustancial como que en muy poco tiempo han pasado de ser uno a dos. Dobles parejas, que se diría en el póker, y que ha hecho posible que desde 2013 haya dos papas, desde 2014 dos Reyes de España y, si su Gobierno lo permite, muy pronto haya dos emperadores de Japón.

Excepto el Papa, lo cierto es que ya mandan más bien poco y ello, unido a una longevidad disparada al alza (España y Japón están entre los países más longevos), ha hecho posible algo que tan sólo hace un siglo era inaudito: alegar motivos de salud e incapacidad para el cargo para abdicar en sus hijos o en otro Papa.

Acaba de hacerlo el emperador Akihito en un discurso televisado a la nación el lunes 8 de agosto, aunque con ciertas diferencias con respecto al expresado por Juan Carlos I el 2 de junio de 2014: mientras este no admitía marcha atrás y se entendió como algo tan inevitable como necesario después de la cacería en África en plena crisis y bien acompañado, cual Clark Gable y Ava Gardner en Mogambo, el de Akihito ha sido un humilde ruego al Parlamento nipón para que autorice una modificación de la Ley que le permita ceder el puesto a su hijo Naruhito.

Pero hay más diferencias. Lo que aquí fue considerado un momento histórico al ser la primera vez que ocurría en democracia, en Japón es mucho mayor la trascendencia. Si los borbones empezaron a reinar en España en el siglo XVIII con Felipe V, la familia de Akihito les gana por goleada, han ostentado el Trono del Crisantemo durante los últimos 2.700 años. Así lo argumentan la costumbre y una genealogía que roza la leyenda, pero lo más importante es que muchos japoneses se lo creen a pies juntillas y no están dispuestos a aceptar cambios. Y entre ellos podría estar el gobierno conservador del primer ministro Shinzo Abe, que tendrá la última palabra.

Poniendo los pies, más que en la tierra, en el suelo de los hospitales, Akihito también supera con mucho a Juan Carlos I. Padeció un cáncer de próstata en 2003 y fue operado del corazón en 2012, mientras que las 13 operaciones del Borbón han sido en su mayoría, como dijo él mismo, de chapa y pintura.

Pero hay algo en lo que se parecen y que curiosamente les ancla en los tiempos idos de los que ambos proceden: ni en España ni en Japón está resuelta la cuestión del acceso de una mujer al trono, una posibilidad que en ambos casos aparece casi como obligatoria a corto plazo. El actual rey de España tiene dos hijas, Leonor y Sofía, y el príncipe Naruhito solo una, Aiko. Si nada cambia en Japón, el Trono del Crisantemo tendría que ir a parar al hijo de Hisahito, hermano menor de Naruhito, que tiene otras dos hijas además del varón.

El caso es que ambos países, con dos reyes y posiblemente dos emperadores, tendrán que ocuparse más temprano que tarde del tema de la sucesión y superar reglas decimonónicas para permitir que en el futuro próximo haya reinas y emperadoras.

Los papas también renuncian

Obviamente no les ocurre lo mismo a los Papas. Benedicto XVI sorprendió al mundo al convertirse en el primer Pontífice en renunciar a su mandato en casi 600 años, también alegando motivos de declive físico y mental, pero es prácticamente imposible que a un Papa le suceda una mujer en los próximos siglos por mucho que Francisco haya propuesto la creación de una comisión para estudiar el acceso de las féminas al diaconado.

España, Japón y el Vaticano, tres lugares con doblete de mandatarios varones, podrían aprender de otro país, igual o incluso más conservador en costumbres, en el que las mujeres han ostentado reinados largos y fructíferos. En el siglo XIX, la reina Victoria ocupó el trono durante casi 64 años y marcó un record que la titular actual, Isabel, superó el año pasado. Lleva en el cargo desde 1952 y, si vive tanto como su madre, aún podrían quedarle diez años más. En este caso, el beneficiario de una eventual abdicación sería un hombre, el príncipe Carlos de Inglaterra, lo que convertiría al Reino Unido en una curiosa excepción en el póker de las parejas.