La ley de consecuencias negativas es sobradamente conocida y tiene un encaje perfecto en el negocio turístico. Se descubre una playa desierta maravillosa para el turismo, el sueño de cualquier viajero que aprecia las aguas transparentes, la arena limpia y un entorno natural salvaje…  El descubridor proyecta la construcción de alojamientos, negocios turísticos y una buena promoción.  En ese preciso instante se deteriora el entorno natural, que deja de ser maravilloso y la playa, por supuesto, es de todo menos desierta. En muy poco tiempo también desaparece el sueño del negocio. Nadie quiere ir por exceso de visitantes .

Junto con los de mi generación he tenido el privilegio de gozar de un inmenso arenal del sur de Mallorca, en torno a Ses Covetes, cuando era un inmenso dunar impoluto  donde en pleno verano no podías contar más que un par de docenas de personas desperdigadas en la extensa playa. A pesar de todos los planes de protección, hoy es un lugar atiborrado de gente y hamacas. Ya no pongo el pie.

Un reciente estudio de la Fundación Gadeso indica que gran parte de los 13 millones de turistas que visitan Mallorca califican su estancia con un suspenso, en primer lugar por todo lo derivado de la masificación: ruido, suciedad, colas, estrecheces, sensación de agobio… que envilece la relación calidad-precio. Si a eso unimos los grandes rotos en las redes culturales, gastronómicas y comerciales resulta lógico que cada vez sean menos los turistas que quieran repetir su experiencia.

El beneficio es la anestesia del sentido crítico. Del éxito no se suele aprender. Por eso cuesta encontrar soluciones apropiadas. Apostaría a que no son pocos quienes ponen una vela ante el altar para que se enquisten los conflictos en el norte de África y que Baleares siga siendo para millones de europeos la última frontera turística segura en el Mediterráneo. La visión mercantilizada supone no mirar más allá de la próxima temporada y tratar de que también sea récord sin importar las causas. Mientras, la muerte por éxito se desplaza sigilosamente desde Venecia – su última víctima - hacia el archipiélago.