Mariano Rajoy, presidente del Gobierno en funciones desde hace ya casi siete meses después de serlo plenamente durante cuatro largos años, intenta prolongar su mandato con acuerdos con otras fuerzas políticas con representación parlamentaria. Las mismas fuerzas a las que despreció, o como mínimo ignoró, en la práctica constante de una mayoría absoluta que se convirtió de hecho en una mayoría absolutista, sin lugar a dudas legal y legítima, pero con evidentes costes para el futuro. Y aquel futuro es hoy ya el presente.

Sólo CC, dispuesta siempre a pactar con quien sea en defensa de los intereses que promueve, ha dado por ahora su apoyo a la nueva investidura de Rajoy como presidente del Gobierno. Es un único voto, evidentemente insuficiente, porque PP y CC suman solo 138 diputados, muy lejos de los 176 de la mayoría absoluta. Sobre todo si, como parece, C’s mantiene la abstención de sus 32 diputados incluso en una segunda votación. De ahí que Rajoy dude todavía en que Felipe VI le encargue presentar de manera formal su candidatura y juegue con la amenaza de la convocatoria de unas terceras elecciones generales en menos de un año, previsiblemente el próximo día 23 de noviembre.

A pesar de sus malos resultados del 26J, el PSOE sigue siendo decisivo. Los votos de los 85 diputados socialistas son imprescindibles para la investidura de Rajoy o la de cualquier otro candidato, aunque sea solo mediante su abstención. Pero Pedro Sánchez es consciente que ni por activa ni por pasiva puede contribuir a la reelección no ya del actual presidente del Gobierno en funciones sino de cualquier otro posible candidato del PP.

Después de su fracasado intento de investidura presidencial al frente de un Gobierno progresista y regeneracionista basado en el apoyo de C’s, que Podemos e IU frustraron con su negativa tras las elecciones del 20D, Sánchez también es consciente que es poco menos que imposible repetir ahora aquel intento, y menos aún ensayar, como dicen proponer desde UP, una nueva vía con el apoyo de las fuerzas nacionalistas catalanas y vascas, ahora claramente independentistas y, por consiguiente, de inestabilidad garantizada de antemano.

En esta tesitura no son en modo alguno descartables unas terceras elecciones generales. De ahí las presiones de todo tipo que sufre el PSOE. Presiones políticas y mediáticas muy evidentes. Y también otro tipo de presiones mucho menos evidentes pero tanto o más grandes, por parte de los siempre importantes centros de poder empresarial, económico y financiero.

Todas estas presiones apelan al sentido de la responsabilidad política del PSOE. Pero Pedro Sánchez, y con él todo el partido que lidera, se debe en primerísimo lugar a los cerca de cinco millones y medio de electores que el pasado 26J le dieron su voto, y estoy seguro que todos estos ciudadanos se sentirían profundamente decepcionados si el PSOE facilitase la constitución de un nuevo Gobierno del PP, fuese quien fuese quien lo presidiera.

Frustrada por Podemos e IU la posibilidad de un Gobierno progresista y regeneracionista después del 20D, al PSOE le corresponde ahora liderar la oposición, desde sus propias posiciones socialdemócratas y sin complejos. O enfrentarse al reto, nada improbable, de unas nuevas elecciones generales.