Una de las expectativas de la nueva situación política en la izquierda es detectar el momento exacto en que Podemos pasará a ser - en más de un 90% - un partido como los demás (siempre quedarán las camisetas, coletas y ese kumbayismo siglo XXI).

Ya lo son en Europa donde, tras dos años de legislatura, nadie que no sea pariente cercano de los eurodiputados podemitas tiene remota idea de lo que ha hecho el grupo del Asalto a los Cielos para transformar la vieja Europa. Alguna moción y poca cosa más. La burócrata Bruselas, ya se sabe, es devoradora de innovación.

Ya casi lo son en las autonomías y ayuntamientos donde tienen pactos de Gobierno y, sobre todo, donde forman parte del equipo de gobierno. Al año ya han aprendido que chasqueando los dedos no se arregla nada; el progreso solo se obtiene pasito a pasito, a medio y/o largo plazo, después de penosa y desesperante tarea.

Queda por saber cuándo se convertirá Podemos en un partido como los demás en el Congreso de los Diputados. Intuyo que no falta mucho. Reconozco, no obstante, que hace unos días quedé impresionado por unas declaraciones de Pablo Iglesias: “No sé si dentro de cuatro años gobernaremos o nos daremos una hostia de proporciones bíblicas”. La autocrítica descarnada, el reconocimiento de no saber el futuro que nos aguarda y el uso de lenguaje cheli no abunda entre la clase política. Era un nuevo relato en fondo y forma con la intención de marcar un antes y después. Un discurso singular.

Afortunadamente, apareció luego en los medios Carolina Bescansa - sin bebé que amantar en esta ocasión – para poner las cosas en su sitio: “Hablar de un fracaso de Podemos es el último suspiro de la vieja política; no nos hemos equivocado en nada, simplemente la derecha ha lanzado una ignominiosa campaña de miedo; es el PSOE quien debería estar preocupado porque nosotros vamos hacia arriba mientras ellos descienden, por eso Pedro Sánchez nos insulta día sí y día también…” Es decir, un argumentario oficial en toda regla, partidista, previsible y repetitivo como la más rancia política. Podemos ya es casta, que cobra exactamente lo mismo que cobraban sus antecesores en el cargo que ocupan.

Lejos de decepcionarnos deberíamos congratularnos de que, quienes hace tan solo tres años querían substituir el Congreso de los Diputados por una Asamblea popular permanente en internet, estén ahora ocupados estudiando el galimatías de los Presupuestos Generales del Estado con el fin de presentar enmiendas.