Las caprichosas circunstancias hacen que coincidan en las salas, aunque con una semana de diferencia, los dos últimos largometrajes del joven cineasta británico Peter Strickland, Berberian Sound Studio (2012) y The duke of Burgundy (2014), que en realidad son el segundo y tercer título en su breve filmografía, aunque su estreno sea curiosamente en orden inverso y la primera venga con cuatro años de retraso. Dos films que ponen de manifiesto la originalidad y el talento de un director poseedor de una voz muy personal.

Si bien ambos parten de premisas diferentes, también ambos giran en torno a un punto en común, los juegos de la representación, y no solo en lo referido a la puesta en escena o a la estética de la imagen, sino en cuanto al hecho cinematográfico en si que alcanza una dimensión si cabe aún mayor en Berberian Sound Studio, ya que su trama transcurre en la década de los años setenta, durante la creación de la banda de sonido de una película, cuando una productora italiana contrata los servicios de Gilderoy, un técnico de sonido inglés, a quien encarna un más que excelente Toby Jones, para que sonorice en un estudio de Roma el último film de terror que ha rodado un conocido cineasta. Una historia que a su vez viene a ser un homenaje al Giallo italiano.

Y es precisamente el sonido el elemento sobre el que se articula Berberian Sound Studio, ya que en ningún momento se muestran imágenes del film en cuestión, salvo sus títulos de crédito al principio, porque toda la información que recibe el espectador sobre dicho film provendrá de las indicaciones previas de uno de los técnicos especificando la acción de cada secuencia y del propio registro que se realiza a continuación de las mismas, con las voces de los actores de doblaje, los sonidos y la música, convirtiéndose su visionado en una subyugante experiencia sensorial. Incluso más allá del hecho de ver un abanico de objetos cotidianos con los que se consiguen los diferentes efectos, porque con un cogollo de lechuga, por ejemplo, se simulan las cuchilladas sobre un cuerpo, sino que esa galería sonora que reproduce torturas, golpes, asesinatos o estrangulamientos va enrareciendo poco a poco la atmósfera del reducido espacio del estudio de grabación.

 

Sin embargo, el juego de representación en The Duke of Burgundy se halla en la propia puesta en escena que llevan a cabo durante sus encuentros sus dos protagonistas, Cynthia (Sidse Babett Knudsen), una especialista las mariposas, y la joven Evelyn (Chiara D'Anna), las dos amantes que mantienen una relación sadomasoquista. Es decir, la dueña de la casa que se muestra estricta y autoritaria con su sirvienta de día, pero cariñosa y tierna por las noches. La dominación y la sumisión.

De hecho, el film es una puesta en escena dentro de otra puesta en escena, la del propio Strickland, quien a su vez tampoco muestra los momentos más subidos de tono entre ambas mujeres, dejando que actúe la imaginación, la fantasía del espectador, al igual que en Berberian Sound Studio. Un juego de representación enfatizado por el vestuario —de hecho, Cinthia utiliza una peluca cuando desempeña el rol de dueña de la casa, por ejemplo—, o la propia escenografía reforzada, además, por la presencia de los espejos y sus reflejos. 

 

Berberian Sound Studio y The Duke of Burgundy son dos títulos modulados a través de la sugerencia porque no es solo lo que sucede dentro del encuadre, lo que el espectador ve, sino lo que acontece fuera del cuadro. Dos films potenciados por sus respectivas partituras, la compuesta por la banda de música electrónica Broadcast para la primera y de Cat’s Eyes, el dúo pop formado por Faris Badwan y Rachel Zeffira, en el caso de la segunda. Al tiempo que ponen de relieve la capacidad de Strickland para la creación de ambientes inquietantes, aunque en uno su escenario principal sea una sala de grabación y en el otro los interiores de una gran casa de campo. Unas atmósferas opresivas y turbadoras que irán influenciando en el carácter de sus protagonistas así como en sus propios actos. Dos films sugerentes e inusuales, salpicados con infinidad de pequeños matices y detalles, que invitan a seguir muy de cerca el futuro trabajo del joven cineasta inglés.