Como es natural no me trago el cuento del pucherazo. Otra cosa es el cuento de las encuestas, de las que no puedo estar seguro de su honradez en unos casos ni de su capacidad profesional en otros.

El planteamiento es sencillo: parece lógico que la extrema movilización de la derecha fue provocada por el miedo a un ascenso al poder de la izquierda radical, con Pablo Iglesias de presidente. Pero… ¿qué hubiera ocurrido si las encuestas se hubieran acercado al resultado final de la coalición podemita y que, por ende, las previsiones hubieran sido de un Gobierno de Pedro Sánchez, con el mismo partido que durante más de dos décadas ha dirigido España y ha firmado las transformaciones más esenciales y progresistas? Eso ya no daba miedo. La estrategia del PP hubiera sido una pifia.

Los propios responsables de firmas demoscópicas señalan - por lo bajo, eso sí - que es muy difícil vaticinar el voto de un partido si no se dispone de un recuerdo histórico de ese voto. Admiten que, cuando una empresa apuesta fuerte por una cifra, los demás, dudosas, la siguen por si acaso. Como Vicente, van donde va la gente, en ese caso, las empresas interesadas o presionadas por el PP. Las portadas con encuestas de ABC, La Razón, El Mundo y, en parte El País actuaron de “agent provocateur”.

Sobredimensionar las expectativas de Podemos fue la mejor arma del PP para alarmar a su electorado dudoso o decepcionado. A Podemos le iba de maravilla, porque se presentó ante los suyos como la principal fuerza para desalojar a Rajoy de La Moncloa e implantar el “Gobierno de la Gente”. PP y Podemos compartían intereses.

En política no hay casualidades en los errores. A ninguna empresa de encuestas se le ocurrirá reconocer a posteriori estas operaciones excrementicias, pero lo cierto es que si es blanco y en botella… O, como decía Agatha Christie: “Lo primero que hay que hacer es saber a quién beneficia este muerto”.  En ese caso, está clarísimo. De hecho, tarde o temprano saldrá a la luz.