El sabio puede cambiar de opinión, el necio nunca, decía Inmanuel Kant, ese pensador paradigmático de la filosofía universal que nos produjo a los de mi generación algún quebradero de cabeza con su “Crítica de la razón pura”, obra obligada en la asignatura obligatoria de Filosofía en los tiempos de BUP y COU. Han pasado unas pocas décadas y todo ha cambiado mucho. Los alumnos de secundaria actualmente apenas estudian pensamiento y filosofía. Los neoliberales se han encargado de ir suprimiendo de los currículums educativos las Humanidades y toda disciplina que contribuya a fomentar el espíritu crítico y analítico de los jóvenes; a suprimir “ese viejo hábito de pensar”, porque, insisto, el necio nunca cambia de opinión, o, si lo hace, lo hace mal.

El necio nunca cambia de opinión y las personas que piensan son peligrosas

Y es que las personas que piensan son peligrosas, a modo de sinécdoque del título maravilloso de Stefan Bollmann, porque son capaces de cuestionarse los dogmas, las imposiciones, las costumbres y los preceptos establecidos como buenos por el poder; es decir, porque pueden tener criterios propios y desafiar al sistema. Las personas que piensan, sobre todo las que piensan bien, no son manipulables, no se dejan idiotizar por los charlatanes y no son, por lo tanto, una buena inversión para el poder abusivo u opresor. De ahí que los neoliberales lleven décadas suprimiendo de las escuelas las Humanidades en general y la Filosofía en particular. La LOMCE es un buen ejemplo de ello. En esta Ley se pondera el dogmatismo y el tecnicismo, alejando al alumnado de esas materias que le ayudan a sumergirse en el sentido profundo de la historia y de las cosas del mundo y de la vida.

Nunca olvidaré que siendo niña escuché más de una vez aquella reflexión infame, propia de ignorantes y zotes, que muestra hasta qué punto algunos hacen buena la idea fascista que se atribuye a Millán Astray de “muera la inteligencia, viva la muerte”. Me refiero a “no pienses mucho, que eso te vuelve loco o idiota”. Y recuerdo perfectamente a la persona a quien se lo escuché con más frecuencia, una maestra nazionalcatólica que ni siquiera era mi maestra, pero me dio algunas charlas, y cuyo nombre mejor obviar. Los dictadores y tiranos de todos los tiempos han abanderado esa exaltación del mimetismo y de la ignorancia auspiciados, por supuesto, por la religión, la gran experta en constreñir el conocimiento, la libertad de pensamiento, y en difundir y extender la sinrazón; puesto que, como dijo Chapman Cohen, “los dioses son cosas muy frágiles porque pueden ser aniquilados con un simple atisbo de ciencia o con una pequeña dosis de sentido común, es decir, de reflexión”. Y es eso, precisamente, de lo que algunos nos alejan, aunque llamen así a algunas jornadas preelectorales en cuestión.

Cercano el día de reflexión preelectoral, percibimos que los que gobiernan y los lobbys que los auspician no parecen querer que reflexionemos

Y esta pequeña reflexión, valga la redundancia, viene a cuento de la noticia que nos ha impactado hace pocos días sobre la reorganización que la Universidad Complutense va a llevar a cabo de sus Facultades, reduciéndolas de 26 a 17, y cargándose de un plumazo la Facultad de Filosofía, que será unida a la de Filología. El actual rector, Carlos Andradas, dice, en su defensa, que se trata sólo de un plan reorganizativo. Pero así se empieza, me temo. Porque todo parece indicar que Andradas sigue la línea de la derecha neoliberal, lo cual es una pésima noticia para la enseñanza universitaria española. Como lo es que en la principal universidad española se realice un curso de verano que, titulado “Fe en Dios creador, Ciencia y Ecología en el siglo XXI”, pretenda introducir la irracionalidad y la superstición religiosa en el conocimiento “analizando la relación entre el cambio climático y la religión”, y se quedan tan frescos.

Mientras tanto, Cifuentes se replantea la viabilidad de la universidad pública en Madrid, aduciendo que no la ve “sostenible”. El tenebroso neoliberalismo desintegrando lo público, aniquilando los derechos ciudadanos, frenando las humanidades, el conocimiento y el progreso, y retrotrayéndonos a los idearios dogmáticos de las religiones para controlar y adormecer al personal. Aunque, en realidad, siempre ha sido así, o casi siempre, porque ha habido alguna breve y muy honrosa excepción; como el paréntesis maravilloso de la II República española, en la que Alcalá Zamora inauguró, en 1933, la Facultad de Filosofía que ahora van a fulminar, y que fue en esa época un lugar progresista de pensamiento y de cultura, símbolo de la apertura y de la inclusión social, con casi un setenta por cien del alumnado femenino.

Cercano el día de reflexión preelectoral, percibimos que los que gobiernan y los lobbys que los auspician no parecen querer que reflexionemos. Nos quieren acríticos, idiotas, sumisos, borregos. Porque bien es verdad que, como dice el filósofo italiano Nuccio Ordine en “La utilidad de lo inútil”, la cultura es la única forma de resistencia.