Nunca habría intuido que en España pudiera existir tanto fervor por hablar de Venezuela. El interés desmedido de algunos por este país de la América Latina me tiene sobrecogida, la verdad. ¿Qué habrá en Venezuela de especial que sirios y troyanos de la derecha española están más que obsesionados con esa maravillosa tierra? ¿quizás haya allí algún paraíso fiscal oculto donde puedan, como en Panamá, Suiza o Caimán, guardar los dineros opacos? Eso podría parecer, conociendo las inclinaciones de los neocon españoles a la hora de guardar sus ahorros.

Están obsesionados con Venezuela. Nos la venden como el paradigma del mal. Quizás porque su presidente, Nicolás Maduro, ha criticado abierta y duramente al gobierno de Rajoy acusándole de fomentar un complot en su contra, porque el gran capital y la derecha no quieren a la izquierda gobernando en Latinoamérica.. Pero, sobre todo, porque Pablo Iglesias trabajó, en una determinada época, como asesor político del gobierno de Chávez, un defensor de la soberanía popular, un heredero ideológico de Simón Bolívar, un defensor de la nacionalización de las grandes empresas clave y de la redistribución social de la economía. Iglesias trabajó para el gobierno venezolano como experto en ciencias políticas. Y eso es, para algunos, pecado mortal.

La campaña de la derecha española se ha centrado en hablar a los españoles no de los problemas de España, sino de los problemas de Venezuela. Es obvio que tristemente ese país maravilloso está atravesando una gravísima crisis política, social y económica. Probablemente Maduro no lo está haciendo bien. También es verdad que no me gustaría estar en su piel. La presión y el complot de la voraz derecha venezolana y una compleja red de intereses ideológicos y económicos hacen una implacable oposición a un gobierno que, por otra parte, se ha teñido de tintes totalitarios que debería abandonar.

Albert Rivera hace campaña electoral viajando a Venezuela y preocupándose por los derechos humanos vulnerados allá. Pero me pregunto cuánto se preocupa por los derechos humanos vulnerados acá. Porque no hace falta irse a Venezuela para contemplar vulneraciones, a veces muy graves, de los derechos humanos.  Llegó a llorar el líder de Ciudadanos en el país andino. Sin embargo, en su país no parece verse afectado por la misma miseria que viven miles de ciudadanos españoles.

No le hemos visto llorar por los niños españoles que van al colegio diariamente con el estómago vacío, ni por las miles de familias que se han quedado en la calle, ni por los ancianos desprotegidos que apenas sobreviven con pensiones misérrimas. Muy al contrario, Rivera y Ciudadanos se muestran, aunque digan lo contrario, como un plan B, como un satélite de la derecha neoliberal española, apoyándoles en muchas de las decisiones que no repercuten, precisamente, en el respeto a los derechos humanos de los españoles, sino lo contrario. No hay más que informarse un poco de quiénes financian el partido.

Sea como sea, Venezuela se ha convertido en el reclamo de los que no quieren que tengamos en España un gobierno progresista. Se ha convertido en una nueva estratagema, a modo del “¡que vienen los rojos!”, para manipular la conciencia colectiva e impedir que progrese un gobierno de izquierdas que acabe con la corrupción y el abuso de la derecha. Porque, si de verdad les preocuparan los derechos humanos, viajarían a Marruecos, que está al lado, donde la vulneración de los derechos civiles y humanos llega a cotas inimaginables, o viajarían a Arabia Saudí, donde el joven Ali Mohammed Al-Nimr ha sido sentenciado a ser decapitado y crucificado por haber participado, con 17 años, en varias manifestaciones.

Tanto la Casa Real, que mantiene estrechísimas relaciones con la monarquía saudí, como el gobierno en funciones de España, se han negado a manifestarse al respecto. Y Albert Rivera no viaja a Arabia Saudí para mostrar su pesar ni llorar de pena porque en Venezuela hay presos políticos. ¿Qué opina de la Ley Mordaza? ¿Qué piensa de un país que decapita y crucifica a chicos por manifestarse? Que nos lo cuente.

Más que con la fuerza, nos dominan con el engaño, decía Simón Bolívar. Nadie ofrece tanto como el que nada va a cumplir, decía Quevedo.