Mi abuela nació en Cáceres y en su casa no pasaban ni calor, ni frío. O, por lo menos, no tanto como para causar incomodidad. Nada que no pudiese solucionar un brasero al caer la noche en invierno o ese sacar las sillas a la puerta de la calle a aprovechar el relente, en verano. Cuando murió, en su casa de Madrid la calefacción estaba encendida durante meses y en el salón, no tan disimulado como a ella le hubiese gustado, un aparato de aire acondicionado parecía vigilar todos sus pasos. Si quieren culpar a alguien del cambio climático, culpen a mi abuela, ¿no les parece? O no. 

La casa de mi abuela en Cáceres estaba orientada al sur. A la fachada principal, en invierno, le daba el sol todo el día. En verano, la cornisa la protegía de ese mismo efecto. En la parte trasera, la cocina se abría al patio con apenas un par de ventanucos que daban para dejar salir los aromas de los guisos. Tenía buenos muros y se encalaba una vez al año. 

No es que en la familia de mi abuela fuesen raritos. Es que todas las casas eran así. "La luz, para las bombillas", decía ella. 

"Tenemos el sol y el clima que nos permiten aprovechar al máximo las ventajas de la bioconstrucción"
Hasta que un día, como nos relata Valentina Li Puma, una arquitecta italiana que vive en el barcelonés barrio de El Raval, "una compañía estadounidense dijo que era capaz de climatizar cualquier edificio". Eran los tiempos en los que se pensaba que los combustibles fósiles eran ilimitados y solo un par de locos advertían sobre los posibles efectos de la contaminación en el medioambiente. 

Valentina, integrante de BAM (BioArquitectura Mediterránea), quienes han impulsado el proyecto BioBui(L)t – Espai Txema, ganador del concurso del Pla de Buits promovido por el Ayuntamiento de Barcelona en 2013, nos explica cómo la generalización del uso de calefacción y aire acondicionado afectó a la manera de construir. "Ya daba igual el lugar en el que se encontrase el inmueble o su orientación". Algo que, a su juicio, "es absurdo. No tiene sentido que las cuatro fachadas de un edificio sean iguales". 



BIOCLIMÁTICA 
Li Puma es una arquitecta apasionada de la bioclimática, una corriente arquitectónica que aboga por el aprovechamiento de las condiciones naturales y el entorno para crear hogares y oficinas en los que "el consumo de energía sea mínimo". 

Apuesta por aprovechar las condiciones naturales para crear hogares con consumo mínimo de energía

Por no dejarlo en pura teoría, hace tres años que comparte la coordinación de este espacio de El Raval, que ha sido concebido y levantado siguiendo los conceptos de la bioconstrucción. Muros de paja o de adobe ponen de manifiesto que cuando 250 personas se unen, la utopía se convierte en realidad. "Este es un barrio en el que están representadas las principales culturas del mundo.

Por aquí han pasado marroquíes que sabían trabajar el adobe mejor que quienes impartían los talleres; o personas mayores que nos decían: me parece que ese muro no está bien". Por el barrio y para el barrio, como explica Valentina: "No queríamos ser unos extraterrestres que llegan con su nave a enseñar a los demás". 

MEDITERRÁNEO 
En nuestro país, como en el resto de los de la cuenca del Mediterráneo, contamos con unas condiciones excepcionales. "Tenemos el sol y el clima que nos permiten aprovechar al máximo las ventajas de la bioconstrucción. No es lo mismo hacerlo en los países nórdicos, por ejemplo", nos explica. Aun así, es precisamente en esas zonas en las que esta corriente tiene más implantación y, sin embargo, en España el conocimiento es mucho menor [para no perder la costumbre].

Valentina nos despide en el patio del espacio. Justo enfrente de la plaza en la que jóvenes y no tan jóvenes practican piruetas con sus monopatines. Para eso tampoco hace falta electricidad. 

Me marcho convencido de que a mi abuela le hubieran gustado las casas que propone la bioconstrucción. Aunque seguro que ella les hubiera puesto un brasero en el salón.