Es indudable que, desde un punto de vista antropológico, el lenguaje verbal o articulado es una de las manifestaciones que nos diferencian a la especie humana con respecto del resto de especies animales. Tampoco tienen los animales, por tanto, la capacidad de utilizar el lenguaje para manipular o mentir. Porque, aunque el lenguaje es una de las herramientas más ricas y sofisticadas que tenemos para comunicarnos y expresar nuestro pensamiento, también puede ser empleada para influir, mediatizar y deformar la realidad ante el interlocutor. Pensamos tal cual hablamos, y hablamos tal cual pensamos. Pero esa función lingüística denotativa pasa a segundo plano para aquellos que, a través de las palabras, buscan deformar la realidad en beneficio propio.

Hablamos de la manipulación a través del lenguaje. Hablamos de la mentira, de la falacia, de la falsedad, de la argucia, del engaño, de la patraña. Viejas herramientas de coacción y de adulteración de la verdad en cualquier proceso coercitivo, sectario y manipulativo. De hecho, es de manual que una de las técnicas coercitivas básicas empleadas en cualquier secta es la configuración de una realidad falsa a través del lenguaje propio. Tanto a nivel grupal, en las llamadas sectas destructivas o microfascismos, como a nivel colectivo, en las dictaduras o macrofascismos. Porque no olvidemos que una secta destructiva es para un grupo humano exactamente lo mismo que una dictadura para un país o una nación; y que las técnicas coercitivas, de represión, control y manipulación son, en esencia, las mismas. Noam Chomsky es un experto y referente en la materia.

El filólogo, periodista e historiador alemán Víctor Kemplerer analizó, en su libro La Lengua del Tercer Reich, la enorme importancia que tuvieron el lenguaje y las palabras a la hora de imponer el nazismo en la sociedad germana. En él muestra cómo el uso continuado y repetitivo de algunas palabras y la modificación del significado de algunas de ellas fue uno de los principales instrumentos de los nazis a la hora de fanatizar a los alemanes y de hacerles adeptos acérrimos a la ideología aria. Todo ello a través de continuos mensajes en charlas, discursos o en cadenas de radio que acabaron radicalizando y enfervoreciendo, hasta los extremos que bien conocemos, a la sociedad alemana.

La derecha neoliberal lleva décadas fanatizando, engañando y manipulando al personal a través de la deformación de conceptos y palabras

La derecha neoliberal ha resucitado con intensidad esas herramientas dialécticas y, como todos sabemos, llevan décadas fanatizando, engañando y manipulando al personal a través de la deformación siniestra y descarada de los conceptos y de su interrelación con las palabras. Desde el mismo inicio del neoliberalismo, en tiempos de Aznar, los españoles escuchamos cientos de veces el mensaje falso y manipulador de “España va bien”, cuando España estaba empezando a ir fatal. Después, con la derecha neoliberal de vuelta, con Rajoy, en el poder, hemos oído a diario verdaderos disparates, como que se estaba creando empleo cuando se estaba destruyendo, se ha llamado “desaceleración económica” a un proceso inclemente de destrucción de la economía pública; se ha llamado “medidas excepcionales para incentivar la tributación” a las indecentes amnistías fiscales para los más ricos, “indemnización en diferido” a una nómina que se sigue pagando a un tesorero despedido para tenerle contento y con la boca cerrada...

Ahora, tras el tremendo escándalo de “los papeles de Panamá”, pruebas concluyentes que involucran a muchos españoles, de esos que claman por la patria, por dios y por el rey, en el blanqueo de dinero en “el extranjero”, sale el ministro De Guindos diciendo que se trata de “un error de comunicación”; vamos, que los estafadores, los corruptos y los defraudadores son unos “angelotes”. Y Aznar, quien introdujo en España el neoliberalismo voraz, en El Salvador ha dado una conferencia sobre corrupción y populismo. Lo cual es como si el pirómano mayor del reino se dedicara a sentar cátedra sobre cómo preservar los bosques, después de haberlos quemado todos.

En este mundo loco vivimos. Y no es nada nuevo. Nuestra vida, nuestras creencias, nuestra economía, nuestra espiritualidad se tejen alrededor de una espiral de grandes mentiras históricas. Los grandes bastiones sobre los que se sustenta nuestra “cultura”, como la monarquía, la religión, buena parte del conocimiento asumido, la misma historia oficial que nos cuentan, son grandes y perversas mentiras. Y es que, como bien dijo Simón Bolívar, más que con la fuerza, nos dominan con el engaño.