[[{"type":"media","view_mode":"media_large","fid":"22322","attributes":{"class":"media-image size-full wp-image-350858","typeof":"foaf:Image","style":"","width":"640","height":"370","alt":"El presidente catal\u00e1n en funciones y l\u00edder de CDC, Artur Mas, durante su comparecencia esta en la Diputaci\u00f3n Permanente del Parlament para dar explicaciones de las contrataciones p\u00fablicas de su Ejecutivo \/ Foto EFE"}}]] El presidente catalán en funciones y líder de CDC, Artur Mas, durante su comparecencia esta en la Diputación Permanente del Parlament para dar explicaciones de las contrataciones públicas de su Ejecutivo / Foto EFE



El president en funciones de la Generalitat ha sido hoy, a lo largo de las cuatro horas que ha durado su comparencia ante la comisión permanente del parlament, un Artur Mas muy distinto al que nos tiene habituados. Circunspecto, apagado, vacilante, como si le hubiesen echado encima treinta años de edad, el mesías épico del proceso se ha quedado en un político de provincias que busca desesperadamente una solución a su problema.

Artur Mas balbucea
La explicación de Mas acerca del sistema de contratación de la Generalitat en materia de obra pública ha sido densa y francamente aburrida. Ha pretendido torear al parlament hablando de lo que a él le interesa. Reglamentos, sistemas, declaraciones de buenas intenciones y todo con el mismo remoquete, su gobierno es el mejor del mundo, todo lo que ataca a CDC es un ataque al proceso y el estado usa malas artes.

Nada de asumir responsabilidades políticas, ninguna explicación acerca del tres por ciento y mucho victimismo. También, según coincidían muchos periodistas, un aire de derrota. La misma actitud ha mantenido la presidenta del parlament en funciones, Nuria de Gispert, que ponía una expresión y un tono de voz cercano al del pésame. Solo ha aparecido la De Gispert de siempre cuando se ha enfrentado a los parlamentarios Rodríguez y Millo, del PP, para abroncarlos. Ha sido una estrella fugaz. Pronto el abatimiento ha vuelto a caer sobre ella. “Pobre president, pobre”, ha murmurado cuando, finalizada la sesión, se ha abrazado a Mas.

La bancada convergente ha estado a la altura de su líder. Jordi Turull, aturullado como su propio apellido, ha confundido transparencia en la corrupción con intolerancia. Para rematar el gag, ha espetado que cuándo habla, esta callado, formidable oxímoron que algún sicólogo freudiano debería estudiar. La mejor de todos, sin embargo, ha sido la portavoz de Esquerra, Marta Rovira. Su cara de tragedia griega, ése le apoyamos pero somos críticos, su esconder la cabeza cuando alguien decía que todo esto del tres por ciento surge a raíz de la denuncia presentada por una concejal de Esquerra, han sido una lección de virtuosismo interpretativo. Ni la propia Rosa Maria Sardá lo habría hecho mejor.

Pero los otros portavoces también exhibían sus propias caras. Caras que vale la pena reseñar.

Algunos hombres (y mujeres) buenos

Miquel Iceta ha sido, parlamentariamente hablando, el mejor. Hay pocos políticos que moderen mejor los tiempos, las inflexiones de voz y la contundencia argumental. Un aspecto de inocencia de paloma torcaz y un verbo afilado como una navaja albaceteña son su marca personal. Sin perder compostura ni modales, ha puesto a Mas en su sitio y ha hablado de lo que tocaba, es decir, de las detenciones de los dos ex tesoreros de CDC, de todo lo que Mas quería evitar. Cuando habla Iceta, Mas se empequeñece. Se nota que le incomoda.

No menos contundente, aunque con otro estilo, han sido el portavoz popular, Santi Rodríguez, o el de Iniciativa, Joan Herrera. Han puesto el paño al púlpito sacando a relucir la reunión de Mas y Pujol de hace dos días, han rebatido las bondades del sistema de contratación de la Generalitat, han instado a Mas que dimita. Han hecho, en suma, lo que debería hacer Esquerra, que se suponía que era el primer partido de la oposición en la anterior legislatura.

Capítulo aparte merece Inés Arrimadas. La flamante líder de Ciutadans ha arremetido contra Mas, dándole en toda la línea de flotación. Su argumento era inapelable. Si las leyes españolas son tan malas, ¿qué ha hecho CDC a lo largo de éstas décadas para mejorarlas? ¿Acaso CIU no tenía a sus propios jueces en el Tribunal Constitucional? ¿Han hecho alguna propuesta para despolitizar la justicia? Mas ha exhibido su cara más agria. No le gusta nada que le lleven la contraria, y menos una mujer no nacionalista, claro. En las réplicas se ha crecido un poco. Pero es que hablar del proceso y de que le siguen los servicios secretos le pone mucho, y hablar de la corrupción convergente, no. Normal.

En fin, caras de miedo entre los de Junts pel Sí y, digámoslo sinceramente, caras de honda preocupación entre el resto de partidos. A nadie le gusta comprobar, día sí, día también, que el gobierno de su país está en manos de gente que se pasa el día escondido detrás de una bandera. Una bandera que sirve para ocultar muchas cosas. Las caras largas, las de desprecio, las de miedo.

Como, por ejemplo, las caras de Jordi Pujol y de Marta Ferrusola que han seguido la retransmisión en directo de la comparecencia por televisión y que, al finalizar ésta, han telefoneado rápidamente a Mas.

¿Qué le habrán dicho? ¿Acaso “Artur, sé fuerte?”?