Primera hora de la mañana. Artur Mas entra en su despacho. La primera llamada que recibe es la de un Oriol Junqueras, preocupado por la imagen que se está dando acerca de la investidura. Intenta razonar, pero Mas se ha cerrado en banda. O es él el próximo presidente, o convocará nuevas elecciones. Promete lo que no está en su mano: las CUP acabarán pactando, hay que ganar tiempo hasta ver cómo queda el parlamento español, vaticina apoyos insospechados en Catalunya. Al final, Junqueres le dice “Artur, tienes que dejarlo”. Mas cuelga el teléfono irritado. Sabe que Esquerra ha ganado. La estrategia de sumar para confundir, ha salido mal. No es Convergencia quien se ha aprovechado del partido de Junqueres. Ha sido al revés.

Las medidas de recortes sociales, aprobadas con los votos de CDC pero también de Esquerra, solo han pasado factura a los convergentes. Mientras que la imagen de Mas está asociada al tres por ciento y a la corrupción pujolista, la de Junqueras sigue impoluta. El presidente en funciones espera aún el milagro. Pero la realidad y el calendario son tozudos y juegan en su contra.

A media mañana se encuentra con una alta personalidad convergente, que se ha mantenido al margen hasta ahora. Dicha persona, de perfil liberal-socialdemócrata y con un peso muy importante en el mundo nacionalista, le dice que si no ha considerado retirarse. Ante tal gesto, se lavaría la imagen tanto del propio Mas como la del partido. Se interpretaría, insiste, como un sacrificio, un gesto de país, un último servicio a Catalunya. Mas se marcha dando un portazo.

Dicha personalidad y Junqueras se citan en un discreto restaurante barcelonés de la zona alta el mismo día. Ambos coinciden. Hay que forzar la salida de Mas. Se le han dado oportunidades suficientes para salvar la dignidad. Si prefiere el otro camino, allá él.

El problema es cuándo y de qué manera debe plantearse el envite. Convergencia está sumida en un marasmo y solo se mantiene el aparato controlado por los hombres del president. ¿Qué hacer? ¿Cómo prescindir de un político que se ha convertido en un problema para el estado, Catalunya, el independentismo y su propia formación?

Las CUP no están diciendo ninguna tontería
Como ya se dijo en un anterior artículo, la operación para sustituir a Mas se fraguó hace tiempo entre Junqueres y Raül Romeva. Fue a raíz del registro de la sede de la fundación CatDem, de CDC, y de su sede. Se trataba de ofrecer un perfil “grato” a las CUP para poder orquestar una presidencia a tres bandas entre ambos y Baños. Al quedar Mas fuera de la ecuación, los votos de los cupaires podían perfectamente sumarse a los de Junts pel Sí, e incluso entrar a formar parte del gobierno de la Generalitat.

De ahí que Mas, que tiene conocimiento de dicho acuerdo, se haya puesto muy nervioso al escuchar que los radicales independentistas ofrecen una presidencia rotatoria. Es una manera elegante de decir que a Mas se le deja de lado. Salvo un milagro de última hora, los próximos días verán el fin de la vida política del otrora delfín político de los Pujol.

Por otra parte, no paran de llegar a la mesa de Mas numerosos indicios de que el fin de su carrera política está cercano. Buena parte de su jornada la dedica a evaluarlos junto a la poca gente de confianza que le queda, y a intentar recuperar la iniciativa.

La pregunta que se formulan sus correligionarios es la siguiente: ¿hasta cuándo podrá aguantar en éste impasse? Porque ahora se trata de una pura guerra de nervios. Una guerra con dos bandos claramente definidos: Mas, y el resto del mundo. Así se lo dijeron claramente a Soraya Sáenz de Santamaría hace pocos días un grupo de empresarios catalanes: con Mas es solo cuestión de tiempo.

El gobierno del PP está esperando a que su interlocutor cambie para poner encima de la mesa una serie de ofertas que van desde una nueva financiación hasta una modificación de la constitución, en la que contarían con los apoyos socialistas y de Ciudadanos.

Es decir, que ni el gobierno de España, ni su propio partido, ni sus socios de coalición ni el resto de partidos catalanes apuestan por Mas.

Solo le quedan Forcadell, Homs y cuatro más. Ah, sí, y Mikimoto, Miquel Calçada (antes Calzada). Pero bueno, a ése señor la Generalitat le acaba de dar un millón de euros para su cadena de emisoras de radio.

Es triste acabar tu carrera política teniendo que pagar amistades tan caras. Claro que, a fin de cuentas, la factura se paga con dinero de todos.