Cuando Jordi Pujol dijo que prefería prescindir de todas las competencias, mientras no le quitaran TV3, sabía de lo que hablaba. La obsesión convergente del control político a los medios de comunicación ha vivido su último episodio en estos días. El CAC pretende fiscalizar a las cadenas estatales. Escapando a las competencias del organismo regulador catalán, los responsables de Antena 3 han hecho pública su natural disconformidad. ¿Deseo de mejorar la calidad de los productos audiovisuales? ¿O un intento más, a la desesperada, para controlar lo que se les escapa?

Los inicios del control político: "El Padrino"
En los inicios de TV3, Pujol citaba en su despacho a profesionales de TV3 para indagar qué pensaban votar. Mientras, su segundo, Lluís Prenafeta, se permitía llamar a la televisión pública catalana ordenando que le enviasen “El Padrino”. Por cierto, ese asunto fue denunciado en su día en el Parlament por el tristemente desaparecido diputado socialista Xavier Soto. “Es nuestra televisión”, dijo en una ocasión Marta Ferrusola, esposa de Pujol, en una entrevista. En TV3, claro.

El relato de la manipulación periodística en Catalunya es demasiado largo. Habrá que escribirlo, empero, algún día. Lo cierto es que nunca como ahora se han vivido momentos de mayor vergüenza en lo que deberían ser una radio y una televisión al servicio de todos los catalanes y no sólo al del gobierno autonómico.

Listas negras
Éste periodista supo de la existencia de profesionales vetados en Tv3 cuando un alto responsable de la cadena catalana me dijo “No puedo dejarte trabajar aquí, salvo que me llame alguien de Palau”.

Los debates se nutren del mismo círculo comentaristas cómodos para Convergencia, cuando no entusiastas con ella: Toni Ayra, Vicenç Sanchís, Patricia Gabancho o Francesc-Marc Álvaro son la imagen de una televisión censurada que no se abre ni siquiera a los que son independentistas. Personas como Santiago Espot, presidente de Catalunya Acció, Alfons López Tena, Uriel Beltrán o Roger San Millán, todos de Solidaritat, o Joan Carretero, fundador de Reagrupament, no aparecen en tertulias ni debates. Convergencia ha llevado hasta el paroxismo el criterio sectario, dando sólo voz y opinión a los “suyos” o a aquellos que no son considerados “peligrosos” para el statu quo que Artur Mas representa.

Las directrices políticas emanan del despacho de Francesc Homs, que se jacta en privado de eso. Lo último ha sido negarse a nombrar sustituto en Catalunya Radio, una vez cesado su director, Félix Riera, por el simple hecho de pertenecer a Unió Democrática y no haberse “pasado” al bando de Mas. La respuesta de Homs a unos periodistas que se interesaban por el asunto fue lapidaria “No hace falta”. Es decir, que en puertas de unas elecciones en la que los convergentes se juegan el todo por el todo, es mucho mejor quitarse la careta y que todo el mundo vea quien manda de verdad.

Periodistas como Vidal Folch, Gregorio Morán o Ramón de España son ninguneados en aquellos programas en los que, en teoría, ha de debatirse la actualidad con pluralidad. Josep Pla lo tendría difícil para ser colaborador en los medios públicos catalanes de hoy. La falta de capacidad crítica es abrumadora y ya sabemos que cuando el periodismo no critica, se convierte en propaganda.

Ejemplo reciente ha sido el debate estrella de TV3, que modera Ariadna Oltra, y que, tratando de la independencia no invitó a nadie que discrepara de ella. El propio CAC, poco sospechoso, se vió obligado a intervenir.

Productoras y subvenciones
Las productoras privadas que se reparten el pastel son otro escándalo. La mayoría están en manos de los de siempre, como Toni Soler – uno de los comisarios del pasado Tricentenario – o Antoni Bassas. Con una plantilla que excede a la tripulación del Charles de Gaulle, portaviones insignia de la Armada francesa, con más de tres mil empleados, uno se pregunta qué necesidad hay de contratar productoras ajenas.

Es evidente: la de tener las bocas calladas. La Generalitat se ha negado a recortar plantilla y acaba de firmar un acuerdo de estabilidad con ésta. Todo para que haya paz. Pero uno se pregunta ¿se pueden cerrar plantas enteras de hospitales, como el de Bellvitge, que en agosto tenía casi la mitad de camas inhabilitadas, y no aplicar ni un solo recorte en la televisión autonómica?

Otro tema son los medios privados, como el diario Ara, propiedad de Mónica Terribas, Toni Soler, Antoni Bassas y otros – siempre son los mismos – que recibe oportunas subvenciones o el Grupo Godó, propiedad de La Vanguardia, 8TV y RAC1, que reciben subvenciones a cambio de su no beligerancia contra Mas. Los primeros pretendiendo ser de izquierdas y los otros conservadores. Pecunia non olet.

Hablamos de más de tres millones de euros para la televisión del conde de Godó, una televisión con poca producción propia en la que vemos también a muchos tertulianos que aparecen en TV3. Dichas subvenciones tienen como complemento la publicidad institucional, la distribución gratuita del diario en trenes y sitios oficiales, etc. Eso crea un agravio comparativo frente a otros rotativos no gratos a Mas como El Periódico de Catalunya que, como su propio nombre indica, no por ser de izquierdas es menos catalán.

Volviendo a Pla, recordamos que, al paso que iban las cosas, el periodismo acabaría estando en manos de un ciclista: bastaba con que éste pasase a recoger las gacetillas en las diferentes instituciones y, con publicarlas bien destacadas, ya estaba el diario hecho.

Qué razón tenía, don Josep.

Miquel Giménez es periodista y escritor. Ha trabajado como guionista en la radio con Luis del Olmo, Julia Otero y Xavier Sardà