Se ha muerto Pepita Patiño con 91 años, muchas derrotas y algunas victorias a sus espaldas. Involuntario emblema del amor en tiempos de guerra, de la guerra en tiempos de odio y del coraje en tiempos de miedo, paradójicamente su mayor y más duradera victoria fue pura ficción: haber inspirado el personaje central de la novela ‘La voz dormida’ de Dulce Chacón que luego Benito Zambrano tradujo con tanto talento al cine. Pepita la cordobesa fue uno de los arietes, desgastados arietes, en la lucha emprendida años atrás por los desordenados ejércitos de la memoria para derribar la fortaleza que las fuerzas del olvido erigieron tras la Guerra Civil y mantuvieron incólume en la Transición. La fortaleza, naturalmente, no sigue intacta después de tantos años de pequeños pero pacientes embates: presenta grietas, sus troneras ya no son lo que fueron, sus almenas se muestran corroídas e inestables en muchos tramos de muralla y sus briosos ballesteros de antaño dormitan ahora sin inquietud a la sombra de los parapetos y las aspilleras. Pero sigue en pie. [cita alineacion="izquierda" ancho="100%"]LA LARGA TREGUA[/cita] Los contendientes de ambos bandos no han firmado la paz, sino únicamente una larga tregua. Aunque alguna vez haya llegado a sugerir lo contrario, la derecha no quiere de ningún modo que el Estado recupere los restos de las decenas de miles de asesinados y desaparecidos de manera ilegal durante la guerra y la dictadura, y no lo quiere porque de algún modo se siente interpelada por las voces de los inocentes que claman en los descampados y porque en el fondo piensa que todos aquellos que la izquierda llama crímenes no fueron en verdad crímenes, sino meros actos de guerra, con algún que otro exceso, sí, ¿pero en qué guerra no se cometen excesos, eh, en cuál? Eso es, en ninguna. ¿Por qué ha fracasado el movimiento memorialista? Fracasado, entiéndase, en el sentido de no haber conseguido que el Estado, no este Gobierno o el otro, sino el Estado mismo como encarnación institucional de la sociedad entera asumiera y sancionara la restitución de los difuntos a sus familias y promoviera una reconciliación definitiva. Ha fracasado porque esa reconciliación, para serlo realmente, debía integrar de manera inequívoca a los Otros, pues sin ellos nunca será tal. Esa integración de los Otros es que no ha sido posible todavía. Tal vez no lo sea nunca, dado que el movimiento memorialista, con tanto empuje civil en otro tiempo, ha perdido muchos efectivos, demasiadas energías y casi toda su confianza en la victoria. [cita alineacion="izquierda" ancho="100%"]UN EJÉRCITO SIN GENERALES[/cita] Derrotado el Gobierno que amparó dicho movimiento y desasistido institucionalmente éste en casi toda España, ahora se halla como entre paréntesis, como empatado consigo mismo, sumando una pequeña derrota tras otra y viendo cómo sus débiles ataques y escaramuzas apenas inquietan ya a los señores de la fortaleza. El hecho, además, de tratarse de un ejército sin generales en el que todo es infantería lo hace todo mucho más difícil. Emblemas del coraje personal y de la resistencia política como fue Pepita Patiño no son bastante para ganar esta incruenta guerra contra el olvido. Con su desaparición se abre una nueva brecha, otra más, en la ya muy debilitada infantería de los ejércitos de la memoria, que necesitarían con urgencia dos cosas, al menos dos cosas: el comandante en jefe que nunca tuvieron y una nueva estrategia donde el objetivo prioritario fuera no tanto derrotar a los del castillo como, más bien, convencerlos.