La “memoria histórica” española tenía una tarea inconmensurable, y a la vez preocupante en aquellos primeros años de la Transición en la que teníamos que andar de puntillas  para no desviarnos del camino Constitucional.

Entre ellas recuperar la figura de Picasso para su ciudad, reñida con una leyenda negra, inventada por el franquismo y las autoridades locales de la época, que propagaron un desapego del pintor para con su Ciudad y sus paisanos. Ésto impuso  al primer ayuntamiento democrático malagueño, organizar eventos importantes en torno al centenario de nuestra figura más universal, así como recuperar su casa natal en la Plaza de la Merced, y convertirla en centro de referencia,  estudio, visita y evocación mundial, que es hoy en día.

Pedro Aparicio, alcalde de  Málaga, me encargó como Concejal de Cultura, la compra del edificio, casa de vecinos que en su local frontal lo ocupaba una pollería, inmueble que hubo que expropiar en un piélago de vicisitudes digno de una tesis contra nuestros ataques de nervios. La gestión como director del proyecto se la encomendó el alcalde  a Eugenio Chicano, con quién iniciamos la tremenda aventura que hoy felizmente conocemos, henchida de sueños, batallando realidades y sobretodo enseñando  a nuestro paisanos en miles de encuentro,  la realidad que no nos habían contado, la nostalgia de Picasso por su tierra y por su gente en su exilio contra Franco.

Quizás ya miles o algún millardo de personas subieron la escalera con el son devoto del peregrino cultural o por curiosidad, para encontrarse entre las paredes en las que pintaba el Pablito niño. Entre ellos recuerdo a Severo Ochoa, Saramago, Octavio Paz, Benedetti, Pascal Quignard, Manuel Rosales, Pablo García Baena, Manuel Alvar, Muñoz Molina, Vargas Llosa, Soyinka, Benet, Chillida, Berrocal, Paul Simon, José Romero y tantos universales con los  que compartimos sus visitas y  magisterios.

Primero llegó Marina y sus hijos, la nieta del pintor, con su obsequio de “Sueños y mentiras de Franco” bajo el brazo,  a esa llamada que hicimos a los herederos de Picasso, para que se pudieran encontrar en su casa familiar. Después vinieron Claude, Paloma, los primos del pintor. ¡Y  Christine Picasso! Su nuera, cargada de libros ilustrados por el pintor, para desde su aparición, motivada por las palabras  y deseos de Picasso y sus convicciones, constituirse en la “hada madrina”, junto a su hijo Bernard, del Museo Picasso al que cedieron parte de su obra heredada, para el disfrute de los malagueños, y mundialmente potenciarnos como la ciudad que vio nacer a Picasso. Supera la dimensión de este artículo describir  mi sensación cuando la señora por primera vez me comunicó ante el amigo Antonio Parra, su deseo de donar parte de su obra a Málaga para hacer el museo que le hubiera gustado a Picasso tener en Málaga, y que después ratificó ante una sagaz periodista cultural, María Eugenia Melero.

Hoy recuerdo mis continuas visitas de trabajo a la Fundación, preguntando con humor por Pablito a Eugenio Chicano, Rafael  Inglada, Mario Virgilio, Lourdes y todos y todas, los que trabajaron con cariño y denuedo por Picasso y su ciudad hace ya 25 años, y como no al primer Consejo Rector de la Fundación Casa Natal de Pablo Ruiz Picasso, presidido por Pedro Aparicio, acompañado de varios compañeros de corporación del que hace ya un cuarto de siglo como se suele medir para la Historia.

Quiero expresar mi singular felicitación al actual director, José María de Luna, amigo y brillante gestor cultural, por condenarnos con afecto a ver cómo nos aleja el calendario.

*Curro Flores es asesor cultural de Málaga y columnista de ELPLURAL.COM/Andalucía