Envidio la alta participación ciudadana en la cosa pública que el pasado domingo llevó a las urnas al 81.5 por ciento del censo electoral francés.

Envidio la estabilidad política que proporciona a Francia la larga duración de sus presidentes y el sano orgullo de la dignidad presidencial y de la de todos los cargos electos.

Desearía para mi país la derecha francesa clásica, la “derecha republicana” que hace llevadero para la izquierda su larga duración en el poder.

Una derecha que denunció con firme voz la invasión de Irak por el presidente Bush que es republicano pero no en el sentido francés del término.

Una derecha que, reconducida por Charles De Gaulle, antepone el patriotismo bien entendido, el patriotismo republicano, a los intereses de clase.

Pero, como decía, nadie es perfecto. Francia ha padecido un quinquenio negro en los cinco años presididos por Nicolás Sarkozy.

Váyase en buena hora este hombre que menoscabó la dignidad presidencial y que cometió la indecencia final de halagar a la extrema derecha de Marine Le Pen.

Aún así le felicito por la forma de asumir la derrota y por enviar al nuevo presidente “Un saludo republicano”.

Insisto: nadie es perfecto y una porción desproporcionada de franceses votan a la extrema derecha del Frente Nacional.

Pero esa abominación no impide que en Francia  sean posibles los grandes acuerdos nacionales  y la cohabitación de los dos grandes partidos.

Que el país funcionara con un presidente socialista François Miterrand que estuvo en el poder 14 años, desde 1981 a 1995 prácticamente el mismo periodo en el que gobernó España Felipe González, con primeros ministros de la derecha como Jacques Chirac y Édouard Balladur.

Que funcionara igualmente con Jacques Chirac, su sucesor,  un conservador  que se mantuvo en el poder casi tantos años como Miterrand y que cohabitara con el socialista Lionel Jospin sin que se le cayeran a nadie los palos del sombrajo.

Admiro a Francia por la revolución que convirtió a los súbditos en ciudadanos y espero que el presidente Hollande levante la bandera de la recuperación de la maltrecha socialdemocracia europea.

Y, desde luego, me quedo con las palabras pronunciadas por el nuevo presidente francés al aparecer en público tras su victoria en la emblemática Plaza de la Bastilla:

“Seremos una sola Francia, una sola nación reunida ante el mismo destino. Todos tendrán los mismos derechos y deberes, nadie será dejado de lado, ni discriminado”.

José García Abad es periodista y analista política