En España hemos tenido un amplio surtido de reacciones de este tipo. Incluso pasadas ya muchas horas desde que quedó muy clara la identidad del único autor de estos crímenes abominables, su orientación ideológica y su adscripción política, gran parte de la caverna mediática ha seguido insistiendo en un discurso que no se compadece con la realidad de los hechos. A lo sumo nos presentan al criminal como un simple demente, algo que nunca se les ocurriría hacer si se estuviesen refiriendo a un terrorista islamista o a un terrorista etarra, por poner sólo un par de ejemplos. No toman en cuenta que el terrorismo tiene siempre unas motivaciones ideológicas y políticas muy hondas, especialmente cuando se trata de un terrorismo suicida o cuando, como es evidente que sucede en este actual caso noruego, está concebido de antemano con la absoluta seguridad de que el terrorista será detenido, juzgado y condenado.

A menudo se habla acerca de autores materiales y autores ideológicos de los atentados terroristas. Está claro que el terrorismo islamista tiene sus autores materiales y tiene también sus autores ideológicos, sus inspiradores y propagandistas. Algo similar sucede también con el terrorismo que, como ocurre sin duda en este caso de Noruega, tiene sus raíces en el ultraderechismo, en el fundamentalismo e integrismo cristiano, con un contenido cada vez inequívocamente islamofóbico, muy a menudo ultranacionalista y siempre rabiosamente antimulticulturalista y ferozmente antiizquierdista. No tiene nada de extraño que el autor material de estos criminales atentados terroristas haya dejado claramente escrito cuáles son sus referentes ideológicos y políticos. Nada tiene de extraño que sea crítico con lo que él considera que es la “moderación” del discurso sobre la inmigración del ultraconservador Partido del Progreso, la segunda fuerza parlamentaria de Noruega, ni que se refiera con inmenso desprecio al presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y a nuestra ministra de Defensa, Carme Chacón. Tampoco tiene nada de extraño que se haga eco de las teorías conspiratorias propiciadas y difundidas por la derecha extrema de nuestro país sobre los bárbaros atentados terroristas del 11-M en Madrid, ni que dedique elogios a la xenófoba y racista Plataforma per Catalunya (PXC).

El terrorismo fundamentalista es el mismo siempre, sea cual sea su procedencia ideológica, religiosa o política. Y siempre cuenta no sólo con autores materiales sino también con autores e inspiradores ideológicos. Del mismo modo que resultaría injusta atribuir al conjunto del cristianismo o de la derecha la responsabilidad última de los atentados terroristas sucedidos el pasado viernes en Noruega, es injusto también atribuir al conjunto del islamismo la responsabilidad final de los atentados terroristas islamistas. El peligro está en el fanatismo, en la irracionalidad que lleva a algunos sujetos a perpetrar este tipo de crímenes. Un fanatismo que tiene sus raíces en el nido de la serpiente, en el discurso ideológico fanático, tanto da cuál sea éste. En Noruega acaban de descubrir que la amenaza real no estaba en el temido terrorismo islamista sino que estaba ahí, en su propio seno, en un joven noruego aparentemente normal pero en verdad criminal, que se había nutrido ideológica y culturalmente del discurso irracional y fanático del ultraderechismo y del integrismo y fundamentalismo cristiano, del ultranacionalismo antimultucuralista y ferozmente antiizquierdista.

Jordi García-Soler es periodista y analista político