Lo sorprendente es que a siglos ya de los valores humanistas que despertaron con la Ilustración , a más de medio siglo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (cuyo artículo 1 proclama que “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, que, aunque parezca una obviedad, hay que seguir recordándolo), y tras casi cuarenta años de democracia, siga habiendo en España mentes tan apolilladas y dispersas como para seguir considerando a la mujer un ciudadano no equiparable al varón.

En torno a la polémica del “Diccionario Biográfico español” que, encargado por el gobierno Aznar con coste multimillonario a cargo del erario público, hace poco menos que apología del dictador y dibuja a Aznar como un salvador patrio, el director de la Real Academia de la Historia ha hecho recientemente unas declaraciones sorprendentes (o no tanto, dada su presunta ideología). Manifestó en una entrevista que a la Real Academia le faltan mujeres, que las hay muy preparadas, pero menos que los hombres, y ello porque las mujeres carecen, por su labor de amas de casa, de tiempo suficiente para dedicarse a la investigación (como si preparar la comida o ir al mercado fuera, como antaño, tarea exclusiva del que llaman algunos “sexo débil”).

Sabias palabras, sí señor, muy sabias para quien, sin quedar en excesiva evidencia, pretenda esgrimir excusas que justifiquen la exclusión de las mujeres de ámbitos que los machistas siguen considerando, en su ideario profundo, exclusivos de los hombres. Nada nuevo bajo el Sol, decía, y es que estas palabras nos retrotraen a otros tiempos, no hace tanto, en los que nuestras madres, abuelas y bisabuelas vivían recluídas entre puntillas, pucheros y confesionarios ante la hegemonía exclusiva de esas ideologías político-religiosas que las consideraban simple ornato o mero apéndice del hombre.

Hace pocos meses el obispo de Alcalá de Henares hablaba del divorcio como de “una lacra social” y vinculaba la violencia doméstica a las parejas de hecho; en la misma línea, en diciembre de 2009, el arzobispo de Granada argumentaba que “si la mujer aborta el hombre puede abusar de ella”. Otro brote de misoginia inaceptable proviene de un hospital andaluz que ha pretendido imponer a las enfermeras la obligatoriedad de trabajar con falda; afortunadamente el Tribunal Supremo ha declarado inconstitucional tal imposición, por ser contraria al principio de no discriminación por razón del sexo que declara la Constitución , además de por ser una práctica claramente sexista y discriminatoria.

No se trata de meras anécdotas puntuales, sino de una tendencia desde los sectores de la derecha y afines a recortar las libertades y los derechos democráticos ciudadanos, tendencia que no afecta sólo a las mujeres, sino a toda la ciudadanía. Porque una sociedad democrática y libre no acepta imposiciones injustas, ni discriminaciones por sexo, raza, incapacidad o extracto social.

Porque para imponer las políticas neoliberales indecentes, que privatizan los beneficios y socializan las pérdidas (o, en otras palabras, que roban descaradamente los fondos públicos para convertirlos en propios) necesitan de una sociedad dormida, reprimida, oprimida y constreñida a esos moldes socio-culturales machistas y arcaicos que anulan la libertad y la capacidad de las personas de ser ciudadanos libres, cultos, críticos y participativos; moldes que tanto anhelan los que repudian el progreso, la libertad y la democracia.

Coral Bravo es Doctora en Filología